“Yo miro al mundo con el corazón, porque si lo miro con los ojos, me pongo a llorar”. (César Calvo)

Desde que leí la novela “Ensayo sobre la ceguera” del escritor portugués José Saramago, quien además obtuvo el Premio Nobel de Literatura (1988), había en mí un gran interés por abordar desde la escritura la vida de las personas que, por distintas circunstancias, se quedaban sin la capacidad de poder ver. La semana pasada conocí, sin mencionar la situación, a un hombre invidente de nacimiento. Mientras dialogábamos sobre actualidad, me atreví a preguntarle por su condición. No se sintió incómodo al responder, motivo por el cual proseguí con mis cautelosas preguntas. Me contó que él había nacido ciego, que nunca había mirado a una persona, ni siquiera a su propia madre. Me sentí desolado, pero a la vez agradecido. Seguimos conversando y a medida que agarramos más confianza empezó a preguntarme por el mar. Sus palabras sonaban con incertidumbre: ¿Cómo es el mar? No supe qué decirle, naturalmente atiné a intentar describirlo. Mencionaba sus características, su ímpetu, osadía y misterio. Aunque debí advertirle que el hombre debía de guardarle respeto al mar embravecido. No me miraba, evidentemente, pero sus ojos perdidos que se alternaban de un lado a otro, casi brincando, decían más que cualquier mirada fija, atenta.

Foto: Francisco Zeballos Valle

Es un hombre bueno, con la pureza en un corazón que nunca había podido ver la maldad del mundo. Me interrogó enseguida por los colores. – ¿Cómo es el color verde?, ¿el amarillo? – Dicen que el sol es amarillo, ¿Es cierto?. Me enmudecí. Trataba de describir las características de los colores. Sin embargo, tenía escasas posibilidades de compararlo con los objetos, debido a que aquel hombre no había visto jamás nada en la tierra que pisaba, y desde luego le parecía ajena. Mientras continuábamos conversando pensaba en su vida de pequeño y cómo una intuición en él me dijo: “De aquí me voy a ver el partido de Perú, claro no ver, pero sí escucharlo con mis amigos”. – Gracias a Dios siempre he tenido a mi familia que me apoya y no he sufrido como otros compañeros invidentes a quienes los muchachos los molestaban cuando eran jóvenes -. Me desgarré, nuevamente.

Yo, era un invidente. No había podido agradecer, hasta ese entonces, los regalos que parecen insignificantes, pero no lo son. Permanecía callado, apreciaba sus palabras, sus pequeños gestos. Mientras lo miraba imaginaba esa oscuridad que sentía inevitable, continua e irreversible. Me dijo que podía percibir cuando era de mañana o de noche, que en medio de su ceguera sentía una distinción entre esos dos espacios del tiempo. De pronto, a nuestra conversación llegó el tema del amor. Me dijo que se había enamorado, como todo hombre, pero que también había sentido el sabor amargo de un rechazo. Le di una palabra de aliento y continuamos hablando. Me conversó sobre lo superficial que le parecía el mundo que nunca había mirado, pero sí escuchado con especial atención las palabras de la gente que transita. Me dijo que las personas habían perdido la capacidad de amar y la habían reemplazado por superficialidades. Asentí con la cabeza, aunque no pudiera verme.

Foto: Francisco Zeballos Valle

Ahora estoy solo – sostuvo – y me siento bien así, mi familia me ayuda y he podido tener una vida como una persona normal. No pude contenerme. ¿Cómo te imaginas el mundo, a las personas? – interrogué con entusiasmo. Se quedó un buen rato en silencio, y en medio de su sabiduría contestó: “He escuchado al mundo y así como lo he escuchado prefiero no verlo”. Me quedé mudo. Me sentí parte de ese mundo al que se refería. Después lo dejé en una silla. Le estreché la mano y le di una palmada en la espalda. Me sentí abandonado. Parecía haber oído mis pasos. Me fui lentamente mientras su mano derecha se agitaba diciendo adiós. De camino a casa no podía dejar de pensar en él. En cómo sería no haber mirado nunca nada y sentir que el mundo era un lugar que no merecía ser visto. Sus palabras retumbaron en mí hasta que no pude más y me arrojé a escribirlo. Me siento un poco más calmado, han pasado algunas horas, y con estos mismos ojos observo el mundo devastado, y a veces, como él, preferiría solo escucharlo.

DIEGO ALONSO SAMALVIDES HEYSEN

Diego Alonso Samalvides Heysen (Lima, 01 de marzo del 2000). Periodista en formación. Autor del libro “Cuerpo de amor” bajo el sello de la editorial Summa (2020). Sus poemas han sido publicados en revistas literarias nacionales e internacionales. Obtuvo el 4to lugar en el 5to Concurso de Poesía Nacional Antenor Samaniego (2019). Ha sido considerado en la antología de poesía nacional “Yo construyo mi país con palabras” en honor al poeta Washington Delgado, editado por el Instituto Cultural Iberoamericano (España).