Hablando de historias de estabilizaciones económicas exitosas, es necesario detenerse en el caso peruano. En el gobierno de Alan García (1985-1990) se promovió una administración fundamentalmente sostenida a expensas de devorar las reservas internacionales, expandir la masa monetaria sin moderación, repetir grandes déficits fiscales y aplicar controles de precios de los bienes y servicios (había cuatro categorías: controlados, régimen especial, regulados y supervisados). A consecuencia de estas acciones, la economía no necesitó mucho tiempo para reaccionar negativamente y devenir el caos social. Transcurría el final de la década de los 80 y el Perú experimentaba una asfixiante hiperinflación, una deuda gigantesca, las reservas internacionales eran ridículas, las empresas estatales operaban con saldos rojos, el negocio esplendoroso era la compra-venta de dólares; se respiraba una escasez crónica y el país estaba excluido de todas las instituciones crediticias por sus innumerables atrasos en los compromisos de pago.

Además, debe agregársele las actividades terroristas de Sendero Luminoso y el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru que oscurecían aún más el contexto. En 1988, la inflación acumulada ya estaba enloquecida y alcanzó los 1.722%, para 1989 registró los 2.774% y en 1990 terminó en la astronómica cifra de 7.649%. Para ilustrar la destrucción del valor de la moneda, se tiene que en 1986 el billete de mayor denominación era 1.000 intis (moneda peruana de la época) y en 1990 ya circulaban billetes con denominación de 1 millón y 5 millones de intis. Por estas razones, es simple explicar la diáspora de 2 millones de personas entre el período 1980-2000. Concluida la gestión de García, toma posesión Alberto Fujimori (1990-1995), en su primer periodo, y de inmediato aplica un plan económico que será conocido como el “fujishock”, en agosto de 1990, el cual conformaba un reordenamiento que se evidenció en el cambio de régimen económico, iniciándose con la liberación de las entradas y salidas de capital, y la unificación del mercado cambiario. De igual forma, las medidas contemplaron un tratamiento equilibrado para la inversión nacional y extranjera, y la recuperación de la autonomía del Banco Central. Se liquidaron las empresas estatales inviables, y además todas las importaciones pasaron al tipo de cambio del mercado libre.

Asimismo, el plan comprendió recortes de los subsidios a decenas de productos (la canasta básica se quintuplicó en un mes) y se decretó un alza de tarifas públicas. Se decidió eliminar buena parte de las exoneraciones y los aranceles, y se anularon contrataciones públicas; aparece un impuesto general a las ventas y se acudió al Banco Interamericano de Desarrollo y al Banco Mundial para solicitar unos préstamos -luego de establecer dos años de reformas consistentes-. Igualmente, el gobierno recurrió a los llamados “grupos de apoyo” –golpeando la puerta a varios países e instituciones con un disfraz de limosnero-. También se prohibió el aumento salarial hasta diciembre de ese año (pero los trabajadores habían recibido un incremento de 400%). Debe destacarse que, como no podía establecer una maxidevaluación y fijar el tipo de cambio porque no lograba mantenerse -dado que no había reservas internaciones ni crédito para soportar la demanda de divisas-, prefirió utilizar como ancla nominal la política monetaria. Con este conjunto de medidas, no deben omitirse las consecuencias sociales dolorosas para toda la población. No obstante, al cabo de dos años se desaceleraban los precios notablemente. En 1992 la inflación acumulada era de 56,7% y en 1993 cerró en 39,5%.

Al tercer año, ya se experimentaban variaciones mensuales de un dígito. Lo más importante de todo el plan económico: Credibilidad y explicación de las medidas mediante un discurso que convocara a todos a los complejos horizontes del sacrificio temporal. En la actualidad, Perú es la economía más saludable de la región. En los últimos 20 años tiene una inflación anualizada de menos de un dígito y un crecimiento promedio de casi 6% en la última década. Solamente en el 2016 exhibió una tasa de crecimiento de casi 4%, una inflación de 3.3%, experimentó una tasa de desempleo sobria del 7%, y cada vez más peruanos están regresando de su destierro forzado.