Cuarentena es introspección. Todos descansan en casa. Pongo un poco de música, mi corazón se deja llevar. Hace bastante tiempo que tengo estos encuentros a solas. A veces me ayudan para saber lo que quiero, me aleccionan, otras me cantan verdades que a plena luz del día es difícil divisar. Pienso en mi abuelo. De pronto veo una fotografía antigua, pero parece reciente, recién salida de una cámara antigua. Estamos sentados en un tronco en su casa de Nuñez junto a mi hermana. Solo sonrío espontáneamente. Abro la boca mostrando los dientes y él tiernamente sentado agarrándonos con sus manos para que no nos cayéramos. Mientras escribo tengo miedo. Me siento vulnerable, desinhibido. Cuando escribo me voy deshojando, descubriendo. Puedo ver en la fotografía mi sonrisa natural, no tengo que forzarla como ahora cuando están a punto de tomar una y me dicen “sonríe” como si la vida fuera feliz todo el tiempo. A medida que he ido escribiendo me he ido convenciendo por mí mismo que escribir es algo que quiero hacer todos los días de mi vida, pero también he sido consciente de la tristeza con la que escribo.

Había un escritor que decía que difícilmente se escribía cuando uno estaba alegre, debido a que cuando estás bien tratas de sentir el momento, vivirlo. Es luego, cuando se va la alegría cuando se forman los vacíos en el interior de las personas. La literatura muchas veces nace del vacío, de las carencias. Pocas obras en la historia de la literatura se han escrito con gran alegría. La mayoría de ellas son muestras de desdicha, dolor humano. No quiero tener una vida triste, generalmente nadie lo quiere. Sin embargo, muchas veces escribir te induce a ello, a caer en la honda aflicción, a preguntarte las cosas que quizá las personas no se preguntan por miedo a las respuestas. Escribir es mi modo de sobrellevar la vida, pero también se ha convertido en un gran refugio donde plasmo mis más grandes derrotas. Estoy profundamente triste mientras escribo esto. He recordado un poco a mi abuelo y he querido que él estuviera aquí. Sé que me acompaña, pero a veces no es suficiente. El ser humano necesita el tacto, un abrazo, una palabra de amor.Mi abuelo se fue hace bastante tiempo, pero continúa siendo una ausencia que no he podido superar del todo. Y verdaderamente no creo poder superar a pesar de los años, las pequeñas victorias y alegrías. Hay personas que persisten a pesar del falso olvido. Pienso luego en la llamada que nunca llegó de mi segunda madre, mi Mama Fanny, en mi cumpleaños. Un viejo amor merodea en mi corazón, persiste furiosamente. Recuerdo días, tardes, horas, lugares, bancas, parques, cines, teatros, museos, historias, sueños, el bien y el mal. Ahora todo lo que queda es un pedazo frágil de imagen borrosa que se disipa. En el fondo estoy herido, pero no lo digo, solo lo escribo. A veces escribir abre zanjas más oscuras.

Pienso en mis grandes vacíos. En mi casa todos descansan, todos sueñan otras cosas. Mis papás no se cuestionan tanto como yo. Empiezo a envidiar la vida de un hombre común, que no tiene que escribir nada. No obstante, presiento que sienten todas estas cosas, pero las transmiten de otras formas. Continúo en aislamiento social, aunque a decir verdad este estado parece ser un estado natural dentro de mí. Tomarme tan en serio la literatura ha hecho que de algún modo permanezca más tiempo aislado escribiendo. Valoro mis horas para escribir, pues sé que son irremplazables e importantes para mí. Escribir es un acto que da incertidumbre. Uno no sabe lo que va a escribir, lo va descubriendo en el camino. Las ideas nos eligen. Bueno, creo que me desvío del tema inicial. Ahora me pregunto por qué le coloqué como título a esta columna personal “mi vacío inconstelado”.Realmente mi abuelo ha formado parte de ese vacío que llevo en el color de los ojos a todas partes, en mis pasos lentos y temblorosos, en mi infinita incertidumbre. No. Las personas que escriben no son personas seguras ni mucho menos creen en lo que escriben. Son muy autocríticas o al menos eso me sucede a mí. La corrección abruma a veces. Trato de fluir naturalmente independientemente del gusto o no del lector. Uno escribe para expresarse, dar su visión de la vida, el amor, la muerte. Las visiones son distintas dependiendo de la interpretación personal. Mis ojos se quieren cerrar intento pensar en un final para la columna. Soy excesivamente malo para los finales. Estoy improvisando. Tal vez esta vez no exista un inicio ni una estructura ni un final y solo me haya dejado llevar por el momento. A veces está bien así. Quizá el final sea yo, el viaje de retorno a la realidad.

DIEGO ALONSO SAMALVIDES HEYSEN

Diego Alonso Samalvides Heysen (Lima, 01 de marzo del 2000). Periodista en formación. Autor del libro “Cuerpo de amor” bajo el sello de la editorial Summa (2020). Sus poemas han sido publicados en revistas literarias nacionales e internacionales. Obtuvo el 4to lugar en el 5to Concurso de Poesía Nacional Antenor Samaniego (2019). Ha sido considerado en la antología de poesía nacional “Yo construyo mi país con palabras” en honor al poeta Washington Delgado, editado por el Instituto Cultural Iberoamericano (España).