Alfonso Simpson, más conocido en el mundo de la tauromaquia como «Alfonso de Lima», conversó en exclusiva con la Revista Cocktail sobre su trayectoria y las otras actividades a las que también se dedica.
Es un torero a carta cabal. Sin embargo, tiene una capacidad de diversificación digna de destacar. A la profesión del traje de luces, se suman la de médico y la de piloto. Empezó como aficionado cuando lo llevaron a la «Plaza de Acho» con tan sólo cinco años y, desde ese momento, nunca dejó de ir. Le propusieron torear en Celendín, un pueblo en Cajamarca; lo que vio como un escalón para convertirse en un profesional de la materia. No obstante, a sus padres les disgustaba esta idea, pues pensaron que solo lo ejercería como aficionado.
«Los aficionados prácticos compran su vaca o alquilan su novillo y eso es lo que torean, pero aquella oportunidad implicaba poder torear más sin la necesidad de tener que pagar novillos. Yo no tomé en cuenta lo que implicaba esta profesión. Simplemente me atrapó», revela. Ser torero es muy sacrificado; sobre todo porque está en riesgo la vida e integridad física de la persona. Por ese motivo, la familia no aprobó la decisión en un principio, aunque luego lo apoyaron con la condición de que no desplace los estudios de medicina.
Alfonso estudiaba a la par, pero dejó esta carrera para cumplir otro de sus objetivos: ser piloto comercial. «Soy un soñador en todos los sentidos», nos confiesa. En el 2017, con más de diez años como matador de toros y un consultorio donde ejercía como doctor, decidió abandonar por completo su rol de médico para iniciar la travesía de piloto en Miami, Estados Unidos. Cuando le pregunto qué oficio escoge entre los tres, reafirma que nadie lo saca del ruedo.
No obstante, la pandemia y el confinamiento hicieron que se reencontrara con su vocación en el rubro de la salud. Estuvo dos años tratando casos de Covid-19 y lo sigue haciendo hasta la fecha. En el hospital aprendió de los pacientes y comenta que ha sido gratificante el hecho de salvar la vida de la gente. «Es duro ver la muerte de cerca sin poder hacer más al respecto».
Es de conocimiento público que los toreros tienen altas posibilidades de morir cada vez que salen al ruedo. Frente a esto, Simpson asegura lo siguiente: «Aprendes a llevarla. Le preguntas a cualquier persona que va caminando por la calle si algún día del año sale de su casa sabiendo que existe la posibilidad de que vaya a fallecer, y te aseguro de que casi el 100% te dirá que ningún día piensa en eso». Los toreros se colocan el traje, salen del hotel sabiendo que hay una posibilidad de no regresar, pero efectúan ante cualquier circunstancia su objetivo. «Ahí está la parte de la heroicidad y el honor que conlleva esta profesión», añade.
Los toreros suelen tener cábalas y él no es la excepción. Tiene muchas e, incluso, a algunas de ellas las considera burlescas. Otras las va cambiando o trata de olvidarlas. Es fiel a la idea de que mientras menos tenga es mejor, pues su mente estará más centrada en los hechos y no en cosas ficticias. «Son rituales que te preparan para el momento. Por ejemplo, debo afeitarme el día anterior porque me gusta salir impecable a la plaza. El traje de luces es de gala y uno tiene que estar pulcramente vestido para esa cita. Los días en los que voy a torear me levanto con el pie derecho y salto tres veces sobre él», detalla.
«Alfonso de Lima» es el torero peruano que más toros ha indultado en la historia: 500 con catorce indultos; cifra que también indica la cantidad de temporadas que lleva. Este año se cumple su decimocuarta temporada y manifiesta que quisiera volver a una normalidad en cuanto a número de festejos. «En promedio, realizo 25 corridas al año. En el 2020 solo tuve una antes de que comenzara el confinamiento y el año pasado fueron cinco. Sería ideal llegar al número, pero si consigo torear entre 15 a 20, me doy por bien servido».
Finalmente, el taurino asegura que es importante que se vuelvan a cobrar los montos de antes, debido a que el año anterior lo llamaron para muchas corridas y no aceptó algunas de ellas. Decidió respetar el dinero que cobraba antes de la pandemia porque, con o sin ella, la vida de un torero se pone en juego cada vez que entran al ruedo. Alfonso es, sin lugar a dudas, un profesional inquebrantable.
Escribe: Eduardo Araujo (@eduaraujoruiz)
Fotografía: Daniel Yong (@yong_fotografo)