Cuando camino, piso duro. Si estoy subiendo una escalera, pareciera que un elefante se acerca. Y así como piso el suelo, también piso el acelerador del auto. Le dicen pie caliente. Aunque el pedal de mi jeep sobrelleva estoicamente mi pisada, la historia con los zapatos no es tan buena: los destrozo, y es por eso que los zapatos de factura artesanal como las avarcas menorquinas o las alpargatas no se me dan bien.
Sin embargo, las alpargatas están en todas partes y con mucha más exposición mediática después de que la reina Letizia u otros famosos estuvieron usándolas intensamente. Sabía que eran de origen español, de algún pueblillo donde las abuelas las elaboraban para labores diarias, pero resulta que esa narrativa no está completa ni es tan simple.
Los restos de las primeras alpargatas españolas fueron encontrados en 1827, en una cueva. Si te das una vuelta por Granada, podrás ver los restos en su Museo de Arqueología. La datación varía entre los 7000 a 4000 años de antigüedad y, la suela, su elemento característico, poco ha cambiado.
Su nombre aparece por primera vez y en catalán —espadenyes, espardenya—, posteriormente espadrilles, alpargatas en un manuscrito redactado en 1322 que habla de ellas. Otros le endilgan un parentesco con la sandalia egipcia que inspiró a los romanos para elaborar unas pantuflas cubiertas. Elaboradas a partir de un cordel trenzado de cáñamo o esparto, eran cómodas y flexibles, pero duraban poquísimo, por lo que se recomendaba tener, al menos, otro par de remplazo.
También tienen unas primas lejanas: la crépida griega y la caligaromana, que tenía clavos para espolear caballos. El apodo del infame emperador Calígula tiene su origen en ellas. Con esta historia de uso bélico, no debe extrañarnos que fuesen el zapato de los soldados republicanos en la Guerra Civil española (1936-1939).
De hecho, a la alpargata de siete cintas, como era llamada, se le cubrió de goma para proteger el cáñamo, gracias a campesinos llamados a filas que reforzaron sus alpargatas con caucho de neumáticos usados. Irónicamente, mientras España se consumía en el conflicto, el verano de la Côte d’Azur era disfrutado por Coco Chanel y adinerados del mundo, usando los mismos zapatos que los soldados.
Aunque asociemos estas zapatillas con España y Portugal, las alpargatas se usaban en este lado del mundo antes del «descubrimiento». Hay remanentes de este calzado en la cultura anasazi, en Nuevo México, y en la región Andina; es decir, casi toda América del Sur. Consideradas como parte del vestuario de la clase humilde y aborigen de muchos países, pasó a ser símbolo de reclamo en escenarios sociales y políticos como en Argentina entrando a 1940, cuando los estudiantes opuestos a Perón gritaban: «No a la dictadura de las alpargatas» y los sindicatos que lo apoyaban respondían: «Alpargatas sí, libros no».
Claro, he estado refiriéndome a alpargatas totalmente planas, pero esto cambia con un encuentro fortuito en la Semana de la Moda de París de 1970, cuando Yves Saint Laurent se reúne con Castañer y pide un modelo con tacón corrido. «Si Yves Saint Laurent quiere una alpargata con cuña, ¡la tendrá!»,exclamó Isabel Castañer.
La alpargata se convierte hasta el sol de hoy en el clásico reinventado con el que nos imaginamos disfrutando el verano. Y como la moda no incomoda, creo que bien vale la pena darle una oportunidad a un calzado que tiene unos cuarenta siglos de historia. Mucho ha superado, estoy segura de que también lo hará con mis pies.