Los vinos de moda a nivel mundial son los rosados. Solo en USA, su consumo aumentó un 43% del año 2017 al 2018, y supone una gran tendencia en los principales países consumidores desde hace más de 20 años. Pero cuando un producto tiene un crecimiento tan regular y sostenido, ya no es pasajero, sino más bien la entrada de nuevos clientes al mundo del vino.
Como reflejan las estadísticas, la tipología del vino rosado facilita la entrada al consumo. Es más que una moda, una histórica cultura geográfica se ha desarrollado en torno a estas vinificaciones.
Una de esas zonas es Abruzzo, conocida por su uva Montepulciano. Este territorio italiano comprendido entre los Apeninos y el Mar Adriático, cuenta con casi 3 mil años elaborando rosados. El gran redescubrimiento internacional de los vinos italianos a mediados del siglo XX, hizo que la región apostará por sus tintos, relegando a sus rosados.
Pero como dice el gran Luigi Cataldi (recuperador de los grandes rosados de Abruzzo), “el rosado es el padre del tinto”. Y es que no sólo es el vino más arraigado, sino que el único con el sistema de elaboración Svacata. Su vinificación origina intensos colores más cercanos al tinto que los rosados provenzales. Es un vino racial, con identidad propia y con un color cereza que da nombre a su denominación de origen: Cerasuolo d’Abruzzo.
Al encontrarse los viñedos en zonas de alta montaña, el clima mediterráneo que domina Italia no resta un ápice de frescura a sus vinos. Si bien hace 20 años era difícil encontrarlos a más de 400 metros, hoy hay hasta 700. En definitiva es un territorio que ha apostado por sus variedades tradicionales como la tinta Montepulciano, las blancas Pecorino, Trebbiano, o la ancestral Cococciola. Sus vinos permiten viajar hasta este abrupto territorio desde la comodidad hogareña. Y son un excelente acompañante para la gastronomía local. Al tener paisajes tan escabrosos, la diversidad de sus productos gastronómicos es enorme y la naturaleza dual de sus rosados permite una polivalencia excepcional.
Los abruzzeses se sienten muy orgullosos de sus productos. No es difícil encontrarlos en los restaurantes y tabernas locales como Da Lincosta o Casa Elodia en L’Aquila, o la Taverna 58 en Pescara. Donde podrá degustar desde los productos de montaña como el Angello d’Abruzzo (su cordero), a los pescados y mariscos de Pescara. Sin duda los productos más sutiles y diversos de su gastronomía.
Si tiene la ocasión de visitarlo, no puede dejar de probar sus Arrosticini de Pecora (brochetas de oveja), los pimientos dulces de Altino, las lentejas de Santo Stefano di Sessanio, sus poderosos quesos ovejeros, o el azafrán de L’Aquila. Sin olvidar los embutidos emblemáticos como la Mortadella di Campotosto o la especialidad local Lummello Abruzzese. Si la visita es a finales de año, podrá disfrutar de sus maravillosas pastas acompañadas con trufa negra de invierno. A medida que bajamos de los Apeninos y nos acercamos a Pescara, los viñedos se alternan con lomas llenas de olivares de excelentes aceites que luego son utilizados para la cocina tradicional.
Para los más dulceros, las mieles de Abruzzo proporcionan una versión edulcorada de sus paisajes: castaño, multifloral, naranjo y trufada. Este recurso ha desarrollado una pastelería donde la almendra no falta: Confetto di Sulmona, Bocconotto, Pan Ducale, Parrozzo.
Pocos vinos como el rosado se muestran polivalentes. Siempre es recomendable visitar las bodegas locales más tradicionales como Cataldi Madonna en Ofena; o la más reciente Fattoria Marchesi di Cordano en Loreto; o la majestuosa Contesa en Collecorvino.
Sobran excusas para visitar cualquier región italiana, pero no hay duda que Abruzzo es una de las más ricas en gastronomía y tradición vinícola.
Escriben: Luis & Alejandro Paadín