Más allá de la atemporalidad y de la flexibilidad del espacio que un arquitecto pueda proyectar, todo proceso de diseño tiene una intención inmediata. El resultado debe responder a un determinado momento, lugar y usuario. Se trata de conocer los factores, entender la problemática, plantear cuántas soluciones sean necesarias, y finalmente ejecutar una propuesta que integre todos los puntos a tomar en cuenta. Como diría Juvenal Baracco: “La arquitectura sigue siendo un asunto en el cual hay un entorno y hay un actor. Y entre los dos, una voluntad y un sentimiento”. La buena arquitectura tiene características que han demostrado su poder transformador de vidas (en pequeña escala) y su capacidad de revolución social (en gran escala). Son los casos de la multipremiada Casa Vila Matilde, un proyecto diseñado por el despacho brasileño ¨Terra + Tuma¨, que concibió una vivienda sostenible y de bajo costo para una familia de escasos recursos en una favela de São Paulo; y el de Medellín, la ciudad colombiana que desde la década del 80 viene experimentando una profunda transformación urbana y social gracias a una combinación tripartita entre política, urbanismo y arquitectura.

Parque Biblioteca Fernando Botero, Medellin, Colombia / Fuente: Atelier Garcia

Casa Villa Matilde, São Paulo

Pero, así como lo bueno de la arquitectura siempre se hace notar, también es importante reconocer la mala intención de aquellos resultados negativos del diseño excluyente, del urbanismo expulsivo, que sienta sus bases sobre lo que se conoce como “arquitectura hostil”, una tendencia que viene haciéndose cada vez más presente en países como China, Estados Unidos, Canadá, España y Japón. Bancas inclinadas o individuales, pinches en el suelo, pivotes, piedras estratégicamente colocadas, entre otros elementos, son algunos de los ejemplos que se instalan en el entorno urbano para impedir que las personas sin hogar puedan descansar o pasar la noche. Por un lado, es comprensible que las normas municipales hagan valer el principio que regula el orden público, prohibiendo el uso inapropiado de los espacios públicos, como dormir en bancas, por ejemplo. Pero como si no bastase que la ley ya les dé la espalda a los más desfavorecidos y que estos tengan que apelar al “buen corazón” del oficial de turno para que les permitan pasar la noche, ahora también tienen que enfrentarse a una infraestructura adversa que los aleja aún más de la condición de ciudadanos a la que todos tenemos derecho.

En un mundo globalizado donde las desigualdades sociales (cada vez más acentuadas) claman a gritos la necesidad de minimizar sus consecuencias, la arquitectura hostil revela una deleznable y perjudicial idiosincrasia que lo único que busca es repeler ciertos comportamientos que no son considerados “dignos” de una sociedad desarrollada. Como si dejar de vivir en la calle fuera una opción para los sintecho. En pocas palabras, lo que busca este tipo de diseño es tapar lo que nadie quiere ver: la pobreza y la exclusión. Y esa venda que nos incitan a usar, lo único que logra es ahondar aún más la brecha entre población y Estado, quién muchas veces promueve este tipo de urbanismo mal intencionado, fomentando la normalización de ciudades que discriminan y que viven engañadas dentro de la burbuja del estatus social, porque, contrario a lo que postulaba Göebbels, una mentira repetida mil veces, no acaba siendo una verdad.

Eso no significa que la solución al ¨sinhogarismo¨ sea dotar la ciudad de mobiliario urbano más “cómodo” para las personas que viven en las calles. Pero si la inversión que se gasta en fabricar e instalar estos elementos se utilizara para financiar iniciativas que busquen mejorar la terrible experiencia de vivir en las calles, otra sería la historia. Sin ir muy lejos, hasta hace unas semanas hemos sido testigos de cómo la Municipalidad Metropolitana de Lima y la Beneficencia de Lima, en un esfuerzo conjunto, llevaron a cabo el maravilloso proyecto “La Casa de Todos”, una iniciativa que busca albergar temporalmente a personas en situación de calle, que por su condición, son más vulnerables a contagiarse de COVID-19. Allí, se les brindó abrigo, camas para dormir, asistencia médica, alimentación saludable, y actividades físicas y culturales, haciendo con que, por primera vez en mucho tiempo, puedan sentirse parte de la sociedad. El conmovedor proyecto ha sido reconocido por la revista TIME, resaltando el uso de la Plaza de Toros de Acho (la más antigua de América) para levantar las instalaciones del albergue. Asimismo, las partes involucradas aseguraron que vienen trabajando para darle continuidad al proyecto, y así, crear un albergue permanente para acoger a las personas sin hogar que más lo necesiten.

La Casa de Todos, Rímac, Lima / Fuente: El Comercio

Finalmente, cuando de civismo se trata, la arquitectura está llamada a desarrollar espacios y elementos que inviten a la inclusión y a la igualdad de oportunidades y derechos que son irrenunciables en todo ser humano. Así, queda demostrado en el oficio, que el diseño hostil puede tener consecuencias graves como el no reconocimiento de un importante y marginado sector de la sociedad, y que, a la larga, termina por incrementar la peor de todas las violencias sociales: la indiferencia. Es básicamente querer tapar el Sol con un dedo.