Para un arquitecto, como para cualquier profesional independiente o dependiente, este tiempo no ha sido fácil. Habíamos estado sumergidos completamente en el estrés y la sobre estimulación. Habíamos pasado toda nuestra vida profesional en un estado de competencia generalizada. Estábamos acostumbrados a la sobreproducción, a los salarios cada vez más ajustados, al tráfico, humo, ruido.
De pronto todo cambió. Mantener el ritmo laboral en el caso de un independiente, y el puesto mismo, en el caso de un dependiente se volvió muy difícil. Está claro que nadie, ya sea una gran corporación o un potencial cliente pequeño, quiere comprometerse económicamente con nuevos proyectos. Pero ese será un problema temporal. La gran revelación que trajeron consigo la enfermedad y la cuarentena es darnos cuenta que no teníamos que vivir así. Hemos empezado a notar que podíamos vivir en calma. Esto es algo complicado de ver, y muchos entran en desesperación, pero es necesario para poder anticiparse a las necesidades de la civilización.
Es evidente que todo está cambiando, y que sería un error volver a lo mismo. La arquitectura debe cumplir su rol ahora más que nunca, el cual es ser el reflejo de la sociedad y de sus necesidades. En las últimas décadas esas necesidades fueron casi totalmente reducidas a las de vender metros cuadrados al mayor precio posible, presionados por la economía, la máxima rentabilidad, en desmedro del confort y bienestar de los habitantes. Todos queríamos vivir y trabajar en la ciudad, unos sobre otros, aglomerando el terreno y los medios de transporte.
Es hora que dejen a los arquitectos diseñar. Saber que diseñar implica plantearse problemas sociales actuales y resolverlos de manera eficiente. El edificio arquitectónico es, entonces, el resultado del trabajo, transdisciplinario, de solucionar los problemas de una determinada época. Esto quiere decir que los arquitectos no trabajamos solos, sino que nos valemos de las experiencias de otras disciplinas profesionales para enriquecer nuestras soluciones.
Esto nos lleva a otra reflexión: ¿Cómo querremos vivir nuestras vidas después de la pandemia? Ya nos dimos cuenta que no podemos seguir igual. Ahora hay que plantear el futuro. Hay que aprender a vivir en la calma. Si bien hay tendencias que se van a empezar a generalizar, como es el caso de la consolidación de la bicicleta como un medio de transporte ecoamigable y eficiente, hay otras que van a pasar de ser excepciones a lo totalmente común. Por ejemplo, el caso de las oficinas en casa, la consolidación de homeoffice y el teletrabajo. Todo ello propiciará la reducción del uso del automóvil, el tráfico, la contaminación. Jean Nouvel, ganador del Pritzker 2008, sostuvo que la arquitectura era la petrificación de un determinado momento cultural. No hace falta hacer mucho esfuerzo para darse cuenta del actual, pero sí para dar con soluciones eficientes y dar el salto hacia mejores estilos de vida.
Esta transición entre estilos de vida, tiene que ser, obligatoriamente, la búsqueda de una convivencia amigable con la naturaleza y sostenible desde todo punto de vista. El hecho de arrasar sin control nuestro planeta, ha ocasionado que le quitemos el hábitat natural a las especies. La deforestación, minería y la cría intensiva ha permitido que el contacto con animales salvajes y entre especies sea cada vez mayor. Esto significa que la pandemia actual no fue una simple casualidad, y que podrían aparecer otras en menos tiempo del que pensamos. Si bien este es un problema económico y político, la arquitectura debe volver a sus valores originales, tratando de mejorar las condiciones ambientales y sociales del ser humano. Solo así podremos mantener esa calma por más tiempo.
Es pues, una tarea inminente de nosotros los arquitectos, concentrar nuestros recursos e ideas en repensar todo. Desde el programa de una vivienda básica hasta el replanteo del transporte urbano masivo o el abastecimiento de agua, recurso imprescindible y a la vez escaso, en los barrios periféricos. Todo ello, mientras reducimos al máximo la huella de carbono, proporcionamos el mayor confort posible y buscamos integrar la nueva calma en nuestro estilo de vida. Nuestra ciudad tiene sus propias enfermedades, -y no todas son causadas por un virus- y es nuestro deber trabajar de la mano con economistas, políticos y doctores para darles cura a todas.