Nunca he sido fanática del Real Madrid. De hecho, siempre sentí una especie de rechazo, ya que es el rival histórico del FC Barcelona, el equipo que amo. Esto se afianzó cuando el Paris Saint Germain fue eliminado en octavos de final de esta Liga de Campeones. Creo que, como muchos, he arrastrado el fanatismo por Lionel Messi y su rivalidad futbolística con Cristiano Ronaldo, pese a que hoy, ninguno de ellos pertenezca a los clubes que disputan el clásico español. Debo reconocer que el cuadro merengue ha demostrado brillar sin la figura de CR7. Sin embargo, no considero que esa magia se haya visto en el campo de juego en la final contra Liverpool

El objetivo inicial de esta columna era hablar sobre el rendimiento avasallador de la escuadra inglesa, pero ahora enfrento la realidad: Real Madrid, el club que me ha quitado muchas alegrías, es catorce veces campeón. Una vez que alzaron la Champions, recordé esas remontadas épicas en tres partidos que por poco los dejan fuera: octavos de final ante el PSG, cuartos frente al Chelsea y en la semifinal contra Manchester City. La cuota emotiva es fascinante, pero también sinónimo de que no habían jugado de forma excepcional, pues tuvieron que aprovechar errores de estos rivales con ausencia de liderazgo. Carlo Ancelotti puso dos líneas de cuatro para quitarle espacios a los «reds». Jugaron a esperarlos, con reducción de espacio, buscando ocasiones únicas hasta que llegó el único gol del partido a los 59 minutos por parte de Vinicius Jr en un remate por la izquierda.   

Podría decirse que uno de los méritos del campeón son sus individualidades, tal como las remontadas de Benzema. A pesar de ello, no recuerdo jugadas en equipo memorables en este partido. Si hay que otorgarle el peso de la copa a uno de sus jugadores, pues ese es el portero Thibaut Courtois. Sacó 9 balones por cuenta propia. En realidad, toda la Champions recae en él y en Karim Benzema, puesto que tuvieron actuaciones deslumbrantes en casi todas las disputas. Las cifras de la temporada hablan por Courtois: 46 goles recibidos en 52 partidos y 22 arcos en cero en todas las competencias. 

Cuando el arquero se convierte en la figura del encuentro, es claro que, el triunfo, aunque signifique haber ganado otra «orejona», no se presta para celebraciones de larga data —a menos que seas hincha del Madrid, claro está—. Como no lo soy, simplemente admito que a Liverpool lo venció un equipo pragmático que cuenta con estrellas de alta envergadura y jugadas magníficas, pero que no hizo un performance por todo lo alto en el último partido disputado en París. Fueron 4 remates directos del ahora campeón y 24 del rival. No importó que Mohamed  Salah lo intentara 9 veces y que su portero Alisson Becker casi no tuviera intervenciones. Igual triunfó el Real Madrid. «Ellos han marcado un gol y nosotros no. La explicación más fácil en el mundo del fútbol», resume Jurgen Klopp, director técnico de Liverpool. No puedo estar más de acuerdo con él.  

Los dirigidos por el italiano Carlo Ancelotti demostraron que importa más el espíritu competitivo que otros pormenores en el césped. Definitivamente, nadie lo pone en evidencia en mayor magnitud que el Real Madrid en la UEFA Champions League. Nunca he amado su estilo de juego, pero siempre aseguro que resiste el intercambio de golpes como otros clubes no lo hacen. Así es este certamen: un torneo de fortaleza mental y aprovechamiento de errores. El fútbol termina por ser ambiguo. Nuevamente, quedó demostrado que no siempre gana el mejor. 

Escribe: Valeria Burga (@valeria.burga26)

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