Una noticia capaz de convertirse en efeméride. El juez, Raúl Jesús Vega, condenó a Christopher Acosta, periodista y escritor del libro «Plata como Cancha», y al director de la editorial Penguin Random House, Jerónimo Pimentel, a dos años de prisión suspendida. El motivo: difamación agravada en contra de quien fue dos veces candidato a la presidencia y plagiador por excelencia, César Acuña. Un hecho excelso que marca la pauta de la disputa política y periodística.
El líder de Alianza para el Progreso está en el candelero público, convirtiéndose en uno de los personajes más repudiados de nuestro paupérrimo establishment. En su poder hay universidades, colegios, un equipo de fútbol, un partido político y decenas de propiedades; pero hoy no es más que un irreverente ante la democracia. Después de considerar 34 de las 55 frases del libro como agraviantes y pedir una reparación de 400 mil soles, el precedente en materia de libertad de expresión es, copiosamente, grave e inverosímil. Esta vez no pregonará que «saldrá por la puerta grande»: la muerte política ya está consumada para él.
Por su parte, el periodismo, nuevamente, sufrió golpes devastadores. No basta con la guerra fría que enfrentamos a diario contra el gobierno de turno. Las puertas del inframundo se abren otra vez y el oficio empieza a tornarse imposible. La «justicia» desconoce el reporte de la Corte Interamericana de Derechos Humanos: si hay información de terceros, lo único que se tiene que probar es que esa persona lo promulgó. Resulta absurdo y hasta jocoso que ahora solo podemos dar cuenta de hechos judicialmente certificados ¿Dónde quedan las normas del ejercicio periodístico?
He mencionado en reiteradas ocasiones que cada vez queda menos de ese ávido recurso llamado libertad de expresión. Algunos se han dispuesto a silenciarnos. Tampoco podemos contar con nuestro jefe de Estado, pues se exime de la prensa, le aterra dar entrevistas o brindar declaraciones a favor de quienes buscan la claridad de la información. No vale la pena esperar algo de un enemigo íntimo.
Ante la vorágine de abusos, solo nos queda levantar la voz. Incluso si la sentencia llega a ser revocada, el daño está hecho. A este punto hemos llegado. Si compartimos citas o fragmentos del libro que tengan relación con acciones atribuidas al personaje principal, tal parece que se considera un delito. Esta profesión siempre ha tenido como base perseguir injusticias, hilvanar la veracidad, derrocar a los «intocables». Ahora es terreno indómito, dejó de ser un aliado para convertirse en rival; pero debemos continuar denunciando lo inaceptable. Detenerse no es una opción.
Coincido con Christopher Acosta cuando señala que, si César Acuña no fuera rico, estaría, muy probablemente, preso. Tuve la oportunidad de conversar con él alguna vez. Recuerdo su pasión por el periodismo y el orgullo del trabajo que realizó. Le midió el pulso durante años a este político para destapar su plata como cancha, injurias y artimañas.
Hoy me solidarizo. Ningún periodista merece que una persona profana, dedicada a lanzar sinsentidos durante toda su carrera, lo atropelle de esa manera. En realidad, nadie debe estar sujeto a injusticias. «En la tapa del referido libro no dice que yo sea el autor, solo dice mi nombre». Me atrevo a inmiscuirme en esta historia, citando uno de sus célebres enunciados porque no es plagio, solo copia. Cuando uno es periodista, el miedo resulta inexistente. Debemos continuar desde esta orilla, osados, envalentonados.
Escribe: Valeria Burga (@valeria.burga.26)
Editora General