
Cuando estaba en la universidad, tenía un profesor de historia universal. Un septuagenario, quien era el perfecto ejemplo de un dandy, siempre bien puesto, serviría también como modelo para esa agencia rusa que contrata a adultos mayores con mucho flow. Estaba adelantado a su tiempo y a su filosofía de vida, pero nosotros, chicos al fin, no entendíamos. Sus clases estaban llenas de anécdotas sobre personajes famosos y una de ellas trataba sobre una señora de no recuerdo qué ciudad, la cual se casó con el hombre más guapo del lugar. Esta pareja era la comidilla porque ella en contraste era poco agraciada físicamente y mi profesor aducía que eran exageraciones de la gente, hasta que coincidió con ellos en un evento de gala.
‘’Y entonces la vi muchachos, -nos contaba el profesor-, era tan fea, pero tan fea, que no era posible quitarle los ojos de encima. Hasta incómodo me sentía porque no podía dejar de mirarla, pensaba que hasta le estaba faltando el respeto a ella y a su esposo, pero no podía evitar observarla, detallar cada rasgo, cada parte de su cara y de su cuerpo, me colocaba en lugares estratégicos para observarla a todas mis anchas. Mi fascinación era tal, que para el final de la velada, me la encontraba bella, casi sublime y terminé platónicamente enamorado de la dama”. La clase de ese día era sobre los cánones de la belleza a través del tiempo.
Desde entonces, hago una asociación automática entre aquella historia y la palabra feo o su equivalente inglés, ugly. Pero no estoy sola, parece que la industria de la moda también se hizo eco de aquella narración, convirtiéndola en axioma. Existen miles de tratados filosóficos sobre lo bello y lo feo y cómo uno no puede definirse sin lo otro, pero nada podía prepararnos para la invasión de los ugly shoes: de aceptación como un mal necesario a objetos de culto. Marcas como Miu Miu (Italia, 1993) han empujado esta estética originalmente nerd, disruptiva, exagerada al mercado de lujo y fast fashion, exaltados por Balenciaga y Vêtements y explotados hasta el infinito por Gucci bajo la dirección de Alessandro Michele a partir del 2015.
Referencias de esta tendencia de lo “feo” vienen de los 90s: los moms jeans, de pinzas en el frente, talle alto y de un azul particular; zapatillas deportivas, de grandes suelas blancas combinadas con medias de vestir al tobillo usadas por papás; las zapatillas o chancletas marca Fila y las más vendidas del presente año, las más feas de todas: las Birkenstock. Probablemente, esta tendencia es otro resultado generacional donde lo que usábamos en décadas anteriores nos resulta horrible ahora y los jóvenes, lo encuentran subversivo, cool. El nombre birkenstock se ha convertido en un genérico para las sandalias o chanclas de piel y suelas de corcho que los hippies del ayer preferían.
También, como parte del atuendo permanente de surfistas y mochileros aventureros. Su historia empieza en 1774 y originalmente tenían un propósito ortopédico, distinguiéndose por sus plantillas interiores flexibles para un andar natural llamado sistema de la pisada impresa y del calzado sano. Las sandalias “Madrid” de 1947 tenían el estilo más antiguo, pero la marca le debe el éxito internacional a una chica alemana, Margot, que llevó el primer par de Birkenstock “Madrid” a suelo estadounidense en 1966. Tanto le gustaron que empezó a venderlas, aunque sin éxito: un calzado ortopédico no compaginaba con los gustos de las chicas. Las “Madrid” terminaron vendiéndose en tiendas de alimentos, y fueron muy populares por ser ultra cómodas.

200 años después que Johann Adam Birkenstock, se registrara como zapatero, sale al mercado la “Arizona”, el modelo más emblemático de doble hebilla transversal. En los 90s, otra chica fue responsable del renacimiento de este modelo: Kate Moss. Luego el movimiento Grunge las asume junto con los Doc Martens como sus símbolos. Para entonces, iniciaba como estudiante de diseño y mi “uniforme” consistía en camisetas, shorts o pantalones pijamas (mientras más ridículamente estampados y grandes mejor) y las “Arizona”. Aguantaron trato y maltrato incluyendo pintura, agua, sol y sereno. Mucho le rogué a mi madre que me las comprara, pero ella no entendía mi pasión por unas chancletas tan burdas. Todo el mundo las tenía en la escuela, y yo, pichón de diseñadora, no quería ser menos.
Finalmente, luego de torsiones de tobillo, rogué nuevamente, alegando que al tener suelas duras eran más estables y me ayudaría a caminar mejor entre los senderos de piedras y tierra que rodeaban la escuela. Si hubiese sabido que eran consideradas ortopédicas, hubiese logrado tenerlas antes. Me enteré que lo eran investigando para este artículo. En la década pasada resurgían dentro del movimiento “ugly” que lidera Gucci y hoy están en todas partes. Curiosamente, aquel “uniforme” de estudiante de diseño en los 90s es perfecto en el 2020, pero no como tendencia grunge sino por los meses confinados en el hogar y ahora que salimos a la calle, ellas también. Mis Birkenstock fueron puestas fuera de servicio porque la piel finalmente se desgarró.
Ahora, me he enamorado de las “Giseh”, luego de verlas en una novela turca de Netflix. Otra vez estoy rogando, pero no a mi madre sino al dios Amazon para que bajen de precio, porque esta vez, me toca a mí pagarlas.