En el principio de los tiempos, la moda tenía más de necesidad que de moda, con un rasgo de diferenciación de sexo, algo de identidad y, por supuesto, estatus social. Ahora, la moda tiene poco de necesidad y mucho de identidad, ego y status social; pero lo de diferenciación de sexo está en veremos. Pareciera que la rueda de la moda está puesta fija en reversa, pues las propuestas que vemos llegan cargadas de nostalgia en contraposición con las visiones progresistas que inundaban las pasarelas y el mercado hasta hace poco.

Muchas de las propuestas en las colecciones masculinas buscan romper con la diferenciación de sexo de las piezas. Este año no es que eso cambiase de manera drástica, pero hay corrientes menos disruptivas, como las colecciones cápsula de marcas establecidas; un ejemplo: Tommy Hilfiger en alianza con Lewis Hamilton, corredor de F1. Recordemos que mucho se ha ganado con el color y los estampados; el rosado y las flores, por ejemplo, pueden verse indistintamente en damas y caballeros. Sin embargo, esta vez, se trata de que no importe la pieza que sea: vestido, falda o pantalón; el ser humano puede usarlas todas, ya sean adecuadas, holgadas o ajustadas a la figura. En fin, fluidez de género total en la vestimenta.

Muchos creen que esto del genderless es cosa de los millennials, pero la historia prueba lo contrario. En realidad, no es hasta el Renacimiento (que inicia a mediados del s. XV) que la especialización del vestuario con diferenciación entre hombres y mujeres se institucionaliza. Un buen ejemplo de ello sería el uso de las braguetas de armas en los hombres, muy parecidas a las copas de protección que usan los deportistas actualmente. Estas eran aumentadas de tamaño a conveniencia e incluso funcionaban como monedero, porque el traje masculino no tenía bolsillos.

Anterior a ese período histórico, la vestimenta se construye igual para ambos sexos. La cumbre de este momento unisex se da durante el Imperio Bizantino, donde lo que prima es la devoción religiosa, la negación total de los placeres del cuerpo y, por ende, la exhibición del mismo. Lo cual, a la hora del none, no resulta del todo cierto. Para empezar, el emperador Justiniano I se casó con Teodora, quien no tenía un perfil políticamente correcto, siendo precedida por su fama de “fiestera”. Sin embargo, se decía que Teodora era la que llevaba la batuta en ese imperio. Muestra de la uniformidad y fluidez de género en la vestimenta bizantina son sus famosos mosaicos, sobre todo aquellos donde aparece la corte de Justiniano I y la famosa Teodora.

El cuestionamiento sobre quién debe o no usar qué pieza se retoma a raíz de la revolución industrial del siglo XIX y el incremento de actividades como los deportes, así como los viajes en auto y en tren, sobre todo en las mujeres. El vestuario femenino necesita reajustarse a los nuevos medios de transporte, por eso baja el volumen de las faldas y se empieza a jugar con la posibilidad de los pantalones en las féminas.

Claro que entre la lucha por el sufragio femenino, liberarse del corsé y posteriormente del sostén, la migración del pantalón desde el closet masculino al femenino necesitó de influenciadores como Coco Chanel, en los 20; de la fuerte influencia y fascinación oriental que arrasaba por Europa (ha de tenerse presente que los hombres y mujeres de Asia llevaban por lo menos un milenio en el uso indistinto de blusones y pantalones); o diseñadores como Yves Saint Laurent, en los 70, con su famoso Le Suit (todavía la marca llevaba el Yves). En los 80, el diseñador Yohji Yamamoto se preguntaba quién estableció las diferencias entre prendas de hombre y mujer; en la pasarela, su ropa también cuestionaba el status quo.

A la fecha, no se ha producido otra migración tan dramática de una pieza de vestir de un sexo a otro o, mejor dicho, para uso de ambos sexos, como la del pantalón. Eso no significa que no se intentase: en los 80 fueron las faldas para hombre de Jean paul Gautier y Vivienne Westwood; ahora, los vestidos para hombres. De hecho, el pseudo movimiento #freethedress lo encabeza Alessandro Michele, director creativo de Gucci y su vestido para hombres de US$2, 600. Con él, siguen Louis Vuitton y Thom Browne (mi favorito para lograr que el hombre use falda). Particularmente a mí no se me hace difícil ver hombres usando falda, pero me cuesta ver a los modelos masculinos con vestidos. Será cuestión de tiempo y de bombardeo mercadológico para acostumbrarse.

Quizá si Kurt Cobain no hubiese muerto tan joven hubiese logrado imponer el uso de falda y vestido hace 30 años. Hoy tenemos a Billie Eilish usando ropa sin importar para quién fue diseñada y a Harry Styles, en la portada de Vogue, usando vestido. Pero en lo que las piezas van cruzando de un closet a otro, aprovechemos para sensibilizarnos, educarnos, aprender correctamente los significados y diferencias entre términos como sexo, género e identidad sexual y mostrar respeto por todos aquellos representados por las letras del movimiento LGTBIQ+ .

Escribe: Katia Ríos