Llevo más de 60 días en cuarentena, y déjenme decirles que hace unas semanas he empezado a sentirme realmente cómodo. He convertido mi habitación en una cómoda oficina, mi sala en un cine y el patio en gimnasio. Sé que mientras no tenga que salir de casa para trabajar puedo estar tranquilo. Estoy gozando de los beneficios que trae lo que es para mí una nueva libertad. La libertad de no tener que despertar con la alarma todos los días para ir a trabajar, de no lidiar con el tráfico de nuestra ciudad, de no tener que almorzar en menos de 15 minutos mientras respondo mails y mensajes, de no llegar a casa súper cansado a cenar y dormir para repetir todo al día siguiente. ¿quién más lo está disfrutando?
Claro que para llegar a este punto he pasado por un periodo de adaptación, pero no había otra, quedarse en casa es la manera más efectiva para contener el virus y sobrevivir a una pandemia que ya va matando a más de 3 mil personas en nuestro país. Debo decir que he tenido suerte, y a pesar de no vivir en una casa tan grande, está bien iluminada y me permitió flexibilizar espacios; y el poco trabajo que tengo actualmente lo puedo realizar desde mi computadora. Pero soy uno de los pocos afortunados. Todos los días vemos como la gente se amontona en las calles sin respetar el distanciamiento social. Literalmente arriesgando sus vidas en busca de un sustento. El estado ha tratado de tomar medidas -como los bonos a las familias necesitadas- pero no ha sido suficiente. La taza de contagios y muertes en nuestro país es una de las más altas del mundo¹ y esto se debe precisamente a que para muchos, cumplir el aislamiento es imposible.
Esto me lleva a pensar en cómo hemos vivido hasta ahora, en cómo era completamente necesario y hasta obligatorio tener que viajar de un lugar a otro para poder satisfacer nuestras necesidades y cumplir nuestros proyectos y metas. Y no era fácil. El transporte urbano en Lima es torpe y muchas veces criminal, la infraestructura es precaria, frágil, mezquina con el peatón y la bicicleta y el espacio público es hostil y carece de áreas libres que puedan ser bien aprovechadas. Hemos estado acostumbrados mucho tiempo a eso, en parte porque nuestro ritmo de vida acelerado y estresante no nos dejaba parar para analizar nuestro entorno. Pero ahora hemos parado. Y hemos notado que podemos realizar muchas actividades desde casa con normalidad. Nos estamos adaptando y vemos que es bueno. Pero una vez más, nos damos cuenta que si no todos gozamos del derecho al aislamiento no podremos vencer al virus rápidamente, y tampoco acabar con los otros virus que ya teníamos antes, como son el estrés, la contaminación, la ansiedad por vivir hiperestimulados y acelerados todo el tiempo.
Entonces me di cuenta que así como es un deber del estado garantizar el libre tránsito y la movilidad de un extremo a otro de la ciudad para la efectividad del comercio y las industrias, lo es el garantizar el bienestar de la población mientras esta está recluida en sus viviendas. El derecho al aislamiento, a la no movilidad. Buscando posibles soluciones a este problema resulta obvia la necesidad de la vivienda popular digna y flexible, pero también la necesidad de un entorno próximo que permita satisfacer las necesidades de los individuos en aislamiento, sobre todo en zonas periféricas. Es decir, poder encontrar en el barrio la solución a nuestros problemas de alimentación (bodega o minimarket), salud (consultorio médico, farmacia, dentista), tecnología (técnico electrónico), y otros que permitan permanecer en nuestro hogar moviéndonos lo mínimo posible. Entonces encontré a la supermanzana².
Como concepto, una supermanzana es una “nueva” forma de organización urbana, que consiste en un polígono de unos 400 o 500 metros de lado que contiene varias manzanas, liberando el interior del máximo flujo motorizado posible, dejando que este circule por las vías perimetrales, favoreciendo el espacio público. Esta idea no es realmente nueva, viene desde Plan Macià elaborado por Le Corbusier y Josep Luis Sert entre 1931 y 1938. También podemos apreciar esta idea en ciudades como Barcelona, que desde la década de los 80s ha incluido a la supermanzana dentro de su plan urbano.
La supermanzana peruana contaría con la mayoría de los recursos que se necesitan para vivir, haciendo que un peatón tenga que caminar un máximo de 500 metros para conseguir todo lo que necesite. Se generará entonces una simbiosis entre los habitantes, tratando de cubrir mutuamente sus necesidades cumpliendo cada uno o por grupos diferentes oficios, lo que generará el poder trabajar sin movilizarse demasiado. Esto traería múltiples beneficios. Como ya hemos mencionado, el tiempo perdido en el tráfico se podría emplear para actividades recreativas o culturales, se podría disminuir la contaminación ambiental, algo que en estos dos meses se ha dado de manera sorprendente y no sería sabio volver atrás. Y por qué no pensar más allá. En todo este tiempo el flujo de efectivo físico ha sido reemplazado por el dinero electrónico, cosa que ya era una tendencia pre-cuarentena, al pedir nuestra comida o artículos por reparto a domicilio. ¿No es hora de desparecer el dinero en efectivo, que también es una fuente potencial de contagio?
Y creo que es posible pasar de la movilidad a la no movilidad sin perder conectividad. Está claro que una vez que pase la pandemia y tengamos la ansiada vacuna volveremos a realizar algunas actividades en grupo, iremos a ver a nuestras familias y amigos. Trataremos de recuperar ese tiempo perdido. Pero ya nos dimos cuenta lo conveniente que es buscar una nueva “normalidad” quizás una donde el aislamiento sea lo normal y la movilidad la excepción. Esta búsqueda también requiere la solución de varios problemas. Si conseguimos construir esta “nueva calle” con espacios públicos, teletrabajo, con las proximidades que nos permite la supermanzana, con repartos a domicilio, sin dinero en efectivo y sin movilidad, vamos a tener que pensar qué hacer con la gran cantidad de edificios de oficinas, actualmente en abandono, con todo el equipamiento que los rodea, supermercados, tiendas, playas de estacionamiento, etc. Qué hacer con un 50% de transporte público que entrará en desuso.
El proponer soluciones arquitectónicas y urbanísticas requiere pensar en facilitarle y aumentar la calidad de vida a los habitantes de una vivienda, calle, ciudad, etc. Y eso conlleva proponer a las industrias que se adapten a los nuevos tiempos en búsqueda de un futuro más amigable donde podamos gozar del derecho a la movilidad y al aislamiento por igual.
Por José Enrique Guembes
¹Financial Times, “Coronavirus tracked: the latest figures as countries fight to contain the pandemic” – https://www.ft.com/content/a26fbf7e-48f8-11ea-aeb3-955839e06441
²La supermanzana, nueva célula urbana para la construcción de un nuevo modelo funcional y urbanístico de Barcelona, Salvador rueda, Barcelona, noviembre de 2016 – http://www.bcnecologia.net/sites/default/files/proyectos/la_supermanzana_nueva_celula_poblenou_salvador_rueda.pdf