La relación entre el Congreso y el Ejecutivo siempre ha sido tirante. Sin embargo, la vacancia presidencial se convirtió en un arma que desencadenó ataques por parte de ambos bandos. Debido a ello, los resultados del debate de la última moción fueron abrumadores: 76 parlamentarios respaldaron la iniciativa, mientras que solo 41 estuvieron en contra, uno se abstuvo y 12 no intervinieron en la votación. Antes existían dudas sobre alcanzar los 52 votos requeridos para su aprobación, pero, en esta ocasión, las marcas verdes se sumaron al cuestionamiento de la incapacidad moral de Pedro Castillo, nuestro jefe de Estado. No cabe duda de los vastos acontecimientos que oscurecen su gestión. Por lo tanto, parece que ha llegado la hora de enfrentarse sin objeciones ni excusas.
Hemos escuchado hasta el hastío sobre las contradicciones en su breve y turbulento mandato. Son temas delicados que, sin importar nuestra posición política, debemos admitir. Los intentos de influir en los ascensos de las Fuerzas Armadas, el estrecho vínculo con la lobbista Karelim López, las declaraciones a favor de otorgarle mar a Bolivia, además de la adjudicación de la obra Puente Tarata III; son hechos cuestionables. No podemos olvidar la designación de personalidades nefastas en los gabinetes ministeriales que, por cierto, han llegado a un punto crítico de improvisación. Este despropósito ha sido comprendido desde el prosenderista Guido Bellido, el investigado por corrupción y promotor del «agua arracimada», Hernán Condori, el denunciado por violencia familiar, Héctor Valer; entre otros.
No sorprende que nuestro sector político sea inestable y esté exento de liderazgo. Tampoco acostumbramos a mantener una línea de aprobación en relación con quienes nos gobiernan. Lamentablemente, de la mano de Pedro Castillo, llegamos a la cumbre de la incompetencia ¿Podemos adjudicarnos la culpabilidad? En el Perú predomina la desinformación, pero también existe hambre de populismo. Para la mayoría, el palabrerío proselitista es sinónimo de legitimación y unidad. Gracias a la corrupción, las injusticias e incongruencias de la clase política a lo largo de nuestra historia, perdimos el interés, desconfiamos, nos dejamos llevar por quien vende las ideas más embellecidas; a pesar de que sean erróneas o paupérrimas.
¿Cuál parece ser una solución inminente? La vacancia. Quizá esta vez sirva para que el Presidente de la República al fin responda por todo lo que se le acusa, no obstante, la inestabilidad es permanente. La población cuestiona porque no encuentra una salida satisfactoria cuando, en realidad, somos los responsables de quienes están al frente. Caímos en un rompecabezas incompleto aunque, probablemente, siempre estuvimos condenados a no encajar como sociedad.
No sé cuántas veces he escuchado el término «vacancia» en el hemiciclo. La balanza no se inclina a favor de nadie, pues este régimen catastrófico se mantendrá así esté o no el profesor en el sillón de Pizarro. Incluso si llega el día en que Perú Libre sea borrado del mapa —lo cual me encantaría—, tomaremos otra decisión amenazante en cuanto a un Congreso improductivo o un Ejecutivo infame. Nuestra estabilidad no depende del exilio de un presidente si es que pensamos en mantenernos en la cuerda floja. Las consecuencias afectan porque nosotros las provocamos. La democracia existe, pero nos encargamos de demolerla. Un día ya no será un bálsamo en medio de una guerrilla.
Escribe: Valeria Burga (@valeria.burga26)
Editora General