Hace unos años subía por las gradas empinadas del Aquicito una especie de raro santuario chosicano construido por un enigmático y singular sujeto apodado el Loco Asín. La ruta (a manera de crónica) la describía con fotografías, el recorrido era por intrincadas y polvorientas escaleras que se empinaban en el cerro Buenos Aires de este solariego pueblo limeño. Hoy este ensayo cumple 25 años de estar guardado en negativos en 6×6 cms y tomados con una vieja Tower Réflex, una cámara alemana poco conocida.

¿Pero qué de especial tenía este mágico espacio? Estaba repleto de chucherías y de esculturas cada una más rara que la otra, generalmente estaban construidas de cemento, cosa que le había permitido sobrevivir al tiempo y las lluvias. De rara procedencia y de factura tipo Naif o kitsch —compradas, me imagino, en mercados de pulgas—, en donde cada pieza funcionaba por su total incongruencia con el conjunto.

Suerte de andenes donde predomina la figura animal.

A esto se suman una serie de dichos contestatarios escritos en baldosas, muchos en contra del matrimonio, del amor establecido o de dios, que en conjunto revelan a un ser cuya libertad lo había separado del conservadurismo local: “No creas en Dios, lo ves por doquier” todos firmados con el seudónimo Aquicito.
Hay una escultura de una especie de mapache japonés llamada Tanuki que luce desnudo con un jarro de sake en la mano y con descaro muestra sus enormes testículos al pueblo chosicano. Este tipo de figuras se van a repetir a lo largo del camino y va dilucidando la personalidad del llamado loco Asín, parece a todas luces un sujeto irreverente que pateaba con chalaca incluida al establishment de un pequeño pueblo donde los infiernos siempre se hacen grandes.

Entre especies de balcones o pequeñas terrazas colocaba muchos rostros en donde de manera central estaba siempre la presencia del demonio, pero no como un ser perverso, sino como un ángel de libertad, pues representaba el ser que se había apartado de los cielos, aquel espacio para los “aburridos” y “buenas gentes”. Asín o el loco, a manera de los Rolling Stones, tenía una gran “simpatía por el demonio”, tanto es así que casi coronando su paseo sienta a una enorme escultura del mismo personaje como el gran celador del pueblo de Chosica, que de manera anecdótica está ubicado en una altura más elevada que la horrorosa y desproporcionada escultura del cristo blanco construida por la municipalidad.

El dicho central y de mayor tamaño en el medio de todo. Fíjese arriba, hay un tigre dispuesto a tragarse a su presa.

“Mi vida es para mí, aunque les sirva de espectáculo”, vendría a ser el dicho central del recorrido está escrito en alto relieve en una de las grandes rocas centrales del cerro, esta frase resume su obra, como una suerte de firma a una gran escultura que definitivamente tendría el carácter dadaísta, en donde el collage de imágenes absurdas pulula por doquier. Además, con ella se burla de la muerte y trasciende a la vida eterna dejando una suerte de oda alpinchista. En el recorrido existe un horno de leña, elemento cálido de culinaria compartida y festiva, en la puerta tiene un mensaje sacado de los Heraldos Negros de Vallejo y advierte así: “- ¡Mucho Ojo! – En la puerta del horno se quema el pan. Etc, etc, etc.” Si citamos dos estrofas próximas de dicho poema leemos lo siguiente:


Son las caídas hondas de los Cristos del alma
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.
Y el hombre… Pobre… ¡pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.

— Los heraldos negros, César Vallejo.

El horno y la escena vallejiana.

Es impresionante leer esto en la puerta del horno de Jesús Alberto Asín, cuyo nombre también es una paradoja, pues se llama Jesús, y nos está advirtiendo una suerte de discurso en alta voz, como diciendo: – ¡no seas tonto! – la vida es una sola, no hay más, y tus miedos y tu fe pueden hacer que te la pierdas. No permitas convertirte en un ser impotente por el miedo a Dios o a la muerte, vive intensamente sin que te importe nada lo que puedan pensar de ti, lo más importante es tu libertad y la felicidad (que quizás sean los dones más geniales de la creación humana). La segunda estrofa lo dice todo, porque habla justamente de la culpa y tanto la culpa como la obediencia te vuelven un ser desnutrido, un ser infeliz o una oveja buena del rebaño.

Muchas preguntas increíbles se gestaban alrededor de este personaje: ¿Quién era Asín?, ¿cómo había logrado subir en aquel cerro un vagón de ferrocarril mexicano, un automóvil y un autobús de principio del siglo pasado, y para colmo coronado todo su paseo en asunción, una avioneta que parecía estrellada en la cumbre? ¿De dónde sacaba los recursos para hacer esta especie de museo improvisado a la intemperie? ¿Cómo había logrado comprarse parte de un cerro? Son preguntas que la desnutrida historia chosicana nos deja huérfanos de respuestas.

Hay una explanada donde la escultura de un niño se está sacando una astilla del pie, al fondo hay una escultura de una gaseosa Sprite y, coronando la escena, un cartel de fierro enlozado de una tal Radio Erres; por cierto, hay muchos de estos carteles pop como de Texaco o Pennzoil que en los Estados Unidos tienen un elevado valor mientras más antiguos sean. Estas escenas se vuelven absolutamente surrealistas y se repiten constantemente. Uno se pregunta, ¿qué tiene que ver una cosa con la otra? No sabemos cuál era el propósito de estas composiciones, pero lo cierto es que gestan mágicas imágenes de lo absurdo y nos llevan por un vuelo imaginativo impresionante.

El niño, la astilla, la Sprite y la radio Erres.

En otra pared se repite lo mismo en terracota: un mono grande sonríe, un tigre amenaza en saltar, una gallina empolla cansina, algunos rostros humanos miran al vacío y un camello dormita frente al viento de la tarde, dos iglesias de plaza provinciana completan la escena. La lectura es simplemente un tremendo signo de interrogación. En una misma explanada están en paralelo de izquierda a derecha: el demonio, Santa Rosa de Lima y la vieja carcocha de modelo T de Ford que parece no serlo. Otra tremenda interrogación, como colocando por un lado el mal, el bien en el medio y la libertad que podría ser el auto que nos permite viajar o hacer travesuras con una bella nena en el asiento posterior.

Asín no pudo sobrevivir la vida, pero su obra sí se volvió un espectáculo. La propiedad pasó a otras manos y se dice que desde su fundador funcionaba una taberna en uno de los vagones. Hoy es una gran discoteca con karaoke incluido que antes de la pandemia funcionaba de jueves a sábado; lo cierto es que se convirtió en un espacio de alegría y jolgorio. Creo que el loco se sentiría bien sabiendo que bajo cada ladrillo de su construcción la gente va a divertirse con la tutela del gran celador de las tinieblas y de Santa Rosa que a cada rato le dice “Ante todo, la seguridad” una de las últimas frases escritas en un cartel triangular, quizás haciendo una irreverente mención a la santísima trinidad.

Paz 1996-2021.

Texto y fotos: Francisco Zeballos