Trabajar en la prensa es sobrevivir al caos de los contratiempos, sentir la magia fugaz de un titular, el goce de una entrevista, la insatisfacción arbitraria de una columna que nunca terminamos de corregir. Publicar un artículo es un acto de frustración, una tentativa al fracaso y ejercicio contraproducente. Escribir en una revista es agotador; pero a la vez obsesiona, causa placer, despierta los sentidos.

Se envejece rápido. Aprendemos a soltar los dedos, nos arrojamos a escribir con la inocencia de ser leídos, retratar historias humanas, intercambiar posturas, y sentirnos parte de una sociedad que nos desprecia y envilece. No hay tiempo para celebrar. Cuando se termina una edición inicia la próxima y en ese devenir transcurre nuestra apresurada existencia. No hay un reloj que nos soporte. Puede surgir una comisión el mismo día de tu cumpleaños o en navidad. Los límites son invisibles o, mejor dicho, existen solo en la imaginación de los peores periodistas. Patear el tablero y discutir es la opción cuerda una vez al mes.

El director de este medio, luego de darme su confianza como editor, me dijo que era saludable tener detractores y que debía acostumbrarme.

«Hasta que no tengas enemigos no puedes considerarte periodista».

El primer insulto llegó luego de publicar una columna en el suplemento dominical del diario Expreso. Sentí la adrenalina de escribir desde una posición incorrecta, impopular, padecer el portón de la humillación verbal. Con el tiempo comprendí que hacer periodismo involucraba pelearte con la clase política, los ministros, congresistas, tener rivalidades estimulantes, ser capaz de lo impensado por una primicia, un titular original, una fotografía memorable, que surjan interpretaciones, diálogo, impaciencia.

Guillermo Thorndike: Una noticia en tu lápida - Lima Gris

Fui educado por un discípulo de “La escuela Thorndike”: la generación de periodistas que formaron parte de la dirección de la leyenda de la prensa Guillermo Thorndike. A través del director he sentido siempre la voz presente de «El Gringo», su forma particular de ejercer el oficio y sus enseñanzas. Luego de unos años me he convencido de que quiero ser periodista. No sé a qué costo. A veces habrá que rascar la olla, deambular por la ciudad, enredarme en líos; pero quiero ser periodista, aunque me cuesta la vida, el bolsillo, el caos y la desolación. El nobel de Literatura, Gabriel García Márquez, no cometió un disparate cuando se refirió al periodismo como el mejor oficio del mundo. No solo es el mejor, sino que el único capaz de removerme las tripas desde adentro y acercarme a lo que algunos hombres denominaron el paraíso terrenal.

Escribe: Diego Samalvides (@diegosamalvidesheysen)