Ando detrás de un mono. No, no de esos, tú sabes. Un jumpsuit, un mameluco, cómo sea que les llamen a los overoles hoy en día. Pero quiero uno, porque en un año le estará haciendo la guerra a los pantalones. No quiero saber más de esas piezas básicas, pronto estarán en detrimento y lejos de la posición estelar. Ya todo el mundo lo debería saber, nuevos o usados, los overoles se agotan en un abrir y cerrar de ojos.
Son piezas de vestir muy curiosas, porque a primera vista parece que quitárselos fuera a tomar horas en medio de una emergencia. Pero eso nunca nos ha desalentado, al contrario, no paramos de elegirlos una y otra vez. ¿Por qué? Porque cuando nadie quiere lidiar con las combinaciones, ponerse un overol nos mata dos pájaros de un tiro.
Cuando pensamos en el jumpsuit, nos llegan a la mente dos posibles imágenes: la primera, un mecánico listo para empezar la jornada con su enterizo azul; y la segunda, el típico granjero norteamericano masticando tabaco con su sombrero de paja, usando un overol de dénim encima de su camisa remangada. Sin embargo, aunque ambos modelos tienen el propósito de proteger fechas, contextos y usuarios, pertenecen a ramas completamente diferentes.
Para esta entrega, me enfocaré en la prenda que cubre todo el cuerpo, los inicialmente llamados boilersuits. Nombre recibido por su uso en las calderas que impulsaron la revolución industrial del siglo XIX. Prendas que también fueron usadas en trenes y en construcciones de rascacielos. Para luego ser empleadas por el paracaidismo y la aviación —a tal punto— que hay autores adjudicando su diseño original a estas industrias. Pero, si bien es cierto que refinaron el producto, es falso que el diseño se haya realizado desde cero. Y aunque la inclusión militar del paracaidismo en la Primera Guerra Mundial hace que cambie de boilersuit a coverall (un nombre más genérico y exacto), no hay registro del genio que diseñó esta prenda.
Se sabe que desde 1915 se les permitió a las mujeres usarlo exclusivamente para el trabajo. Inmortalizándose, 28 años después, en Rosie the riveter, la campaña promocional del We can Do it durante la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, habiéndose concluido el conflicto, muchas mujeres fueron presionadas a abandonarlos para favorecer “prendas más femeninas”. Porque supuestamente no “ayudaban a resaltar la belleza de la mujer en su vida diaria”. Claro está que, cuando la mano de obra femenina fue necesaria, la sociedad no andaba gimoteando por sus vestimentas.
Treinta años después, la contracultura utiliza esta prenda como arma de estilo contra el estatus quo. Cuando Elvis Presley aparece con su Jumpsuit blanco o Ziggy Stardust/David Bowie en sus conciertos, se introducen al mainstream para hacer de Studio 54, la pasarela perfecta.
Hace poco más de una década, la marca Celine los trajo de vuelta al estrellato en una gala. Convirtiéndose desde entonces, en una pieza necesaria para muchas de nosotras. Aunque en el caso de los hombres, incluir el overol como opción diaria es mucho más complicado. Creo que es hora de que aparezcan propuestas para jóvenes y adultos, sin que estos deban ser necesariamente unos rockstars. En fin, no cabe duda de que esta historia continuará mientras yo sigo en lista de espera.
Escribe: Katia Rios Millares