En el Perú no existe una oclocracia, lo que sí existe es una “voluntad general” cultural y en formación. César Hildebrandt se equivoca: Se permite a sí mismo (pues, creo que lo hace con plena consciencia) el sesgo de caer en la trampa de operacionalizar la idea de la naturaleza supuestamente defectiva del “ser” peruano, o mejor del ser indio o serrano, que acompaña a la reflexión sobre nosotros mismos desde hace quinientos años.
En la entrevista que le hicieron –luego de conocerse los resultados de la primera vuelta de la elección presidencial de este 2021- el escritor Renato Cisneros y la periodista Josefina Townsend, en el programa político “Sálvese quien pueda”, el viejo periodista se puso en modo aristócrata de la inteligencia pues asido de la relación saber-poder deslizó el pensamiento duro de que el comportamiento electoral peruano es oclocrático. Su aserción tomó la forma retórica de pregunta: “¿Esta es la democracia o esta es la oclocracia?… [La oclocracia] que también vota, persuade, dirige, orienta, y también pierde a los países”.
Se ha expresado electoralmente un pueblo que, aún doscientos años después de la fundación de la República, sigue luchando por ser parte formal del contrato social peruano.
Michel Foucault parece querer reinsertarnos en la matriz originaria del pacto social. Dice: «Si se entiende por democracia el ejercicio efectivo del poder por una población que no está dividida ni ordenada jerárquicamente en clases, está perfectamente claro que estamos muy alejados de ella. Es también claro que vivimos en un régimen de dictadura de clase, de poder de clase que se impone por la violencia, aún cuando los instrumentos de esta violencia sean institucionales y constitucionales”.
Una pequeña genealogía del concepto “oclocracia” parece dar cuenta de que la categoría ha resultado ser en sí misma una fatalidad degenerativa para los pensadores políticos: por operacionalizar el término “oclocracia”, Polibio hace degenerar a Aristóteles, Juan Jacobo Rousseau hace degenerar a Nicolás Maquiavelo, y Giovanni Sartori en su intento de darle actualidad al concepto se degenera en sí mismo, en su ancianidad y en su maltusianismo, pues aviva la idea de la sobrepoblación y del etnocentrismo europeo. Además, la categoría ha resultado ser en sí misma una trampa metodológica, pues por el camino de la doxa irremediablemente nos hace caer en el estiramiento de los conceptos. Sobre todo, si como Rousseau en el Libro II, Capítulo III de El contrato social, nos interrogamos acerca “De si la voluntad general puede errar”. Por el camino rousseauniano se equivocó Sartori, y por supuesto se equivocó aún más Hildebrandt.
La mayor degeneración del comportamiento electoral, de la democracia, y hasta de la vida nacional, es ser caviar. ¿Cómo procesa el caviar sus derrotas electorales? Más o menos, la lógica de sus fracasos electorales es la siguiente: Si el candidato caviar pierde, habiéndole sido otorgada, por los demás caviares, la propiedad de la “voluntad general”, entonces los millones de votos que generan el resultado adverso no representan al pueblo sino a la muchedumbre degenerada, que a la vez instituye únicamente la “voluntad de la mayoría” o la dictadura de la mayoría. El caviar tiene problemas de auto ubicación en el proceso electoral y en la sociedad: Se asume dueño de la “voluntad general”; por tanto, del estado de derecho y hasta del interés común. Hipocresía total: Siempre he creído que en lo subyacente de esta lógica caviar se halla un mecanismo segregacionista que sobrepone la soberanía de las inteligencias a la soberanía popular. El caviar se concibe como un sujeto político, casi como un sujeto histórico: Semejante a priori lo hace desdeñar nuestro gran archivo histórico y nuestro más reciente gran proceso social, de al menos medio siglo: La muchedumbre, la masa y otros restos de la república aristocrática han quedando atrás. En la primera y en la segunda vueltas de la elección presidencial de este 2021 se expresa el Perú real: Esa mayoría chola, mestiza, múltiple, que desde dentro de la esfera de lo privado y bordeando la esfera de lo público construye nuestros propios sentidos de individuación y de sociedad civil, de ciudadanía y de “voluntad general”. Si la república del Perú se fundó por la filosofía política del siglo XVIII y de su forma lógica del contrato social, también se refundó por la filosofía política del siglo XIX y de su forma lógica de la contradicción social. Hoy, nuestro más importante periodista y analista político de coyuntura erró el tiro: El comportamiento electoral peruano no engendra una “voluntad de la mayoría” oclocrática, sino que una vez más produce una “voluntad general” y cultural.