
A prácticamente nada de nuestro bicentenario, la realidad nos confronta con una de las crisis más agudas de nuestra historia republicana, desinflando todo espíritu y ganas de festejo. Es como si el Perú mismo nos pidiera que dejemos de meter nuestros problemas debajo de la alfombra y en lugar de bailar hipócritamente sobre ellos, los encaremos haciendo la pregunta que tanto evadimos: ¿este es realmente el Perú que queremos?
La respuesta nos conduce a una conclusión inevitable: estamos viviendo una farsa. No solo en el falso patriotismo que basa su amor al Perú en un partido de fútbol y pelearse por un plato de comida en internet, sino una farsa a nivel nacional, pues ni siquiera hemos logrado integrarnos como sociedad o, me atrevo a decir, como república. Esa fatídica frase de “el peor enemigo de un peruano es otro peruano” es prueba de ello y la vemos reflejada en cada golpe de Estado, cada guerra civil, cada traición política, en la guerra del Pacífico, durante la época del terrorismo, en cada acto de corrupción, en cada elección donde el país se parte en dos, tres o cuatro y termina primando el anti voto. Es como si el dividirnos entre peruanos fuera la única constante que atraviesa toda nuestra historia. Sabemos que está ahí a pesar de que todos hemos decidido ignorarla.
Como todo en la vida, esta realidad tiene raíces en el pasado (“conocer el pasado para entender el presente y prepararse para el futuro” decía mi profesor de Historia). Empecemos por esa fecha tan especial: 28 de julio es una mentira. Ningún historiador te sustentaría que el 28 de julio aseguramos nuestra independencia ¿Nadie se ha preguntado por qué tenemos un mártir de la independencia en 1823, dos años después que celebramos la proclamación de la independencia? Es porque los dos primeros presidentes del Perú (Riva Agüero y Torre Tagle) se dividieron en dos gobiernos paralelos que se hicieron la guerra entre sí (¿cuándo no?) y el Ejército Realista tomó de nuevo Lima, atrincherando al Congreso republicano en el Real Felipe. La independencia de 1821 quedaba en nada.

Tendría más sentido que la fecha de independencia fuese el 9 de diciembre de 1824, cuando concluyó la batalla de Ayacucho (aunque tener gratificación en julio nos da más oxígeno a medio año antes que recibir dos gratificaciones en diciembre). Sin embargo, ¿Se forjó en aquella batalla una identidad peruana? Intuitivamente sabemos que no, por algo la República del Perú fue el único virreinato que mantuvo su nombre en su paso a República (y casi mantiene su bandera si comparamos la bandera del Virreinato con la primera propuesta por San Martín). ¿Y si empezamos a considerar que el Perú nació por cédula real de Carlos V el 20 de noviembre de 1542 bajo el nombre de Virreinato del Perú? ¿No serviría para reconciliarnos con nuestra historia, aprender de los errores del pasado y rescatar una identidad mestiza que nos identifique a todos? De repente el año 2042 podríamos celebrar con mejor cara los 500 años de la existencia del Perú, al menos con un mejor proyecto nacional entre manos.