Hoy se puede decir que Franklin es la extensión de Arnie Rottmann. Realmente siempre lo fue, o al menos así lo sentí desde el día que conocí a este diseñador que apostó todo por abrir un restaurante en el corazón de San Isidro. La pandemia, para ponerlos un poco en contexto, puso color de hormiga a la sociedad que daba vida a este lugar. Es durante este periodo, que Arnie y su hijo Lou (quien hacía poco tiempo se había mudado a Lima habiendo vivido toda su vida fuera) tomaron control absoluto de la sociedad, mantuvieron al personal, reorganizaron cocina, crearon protocolos, diseñaron envases y equipos de motorizados preparándose para algo que no tenían: delivery. Paralelamente en este periodo Lou adquirió Bottega Dasso y ahora controla toda la administración de ambos locales de Dasso.
Ya con el toro por las astas, la cabeza de los Rottmann refleja paz en el semblante por el buen momento que atraviesa. “Creo que todo esto nos sirvió para darnos a conocer orgánicamente a otros rincones de Lima”, me cuenta mientras disfruta de unas de sus sliders (mini burgers) en la terraza frente al parque Roosevelt.
Al final, intuye, el también amante de Paris (vivió años en esa mágica ciudad donde nacieron sus hijos y donde nunca dejo de regresar constantemente, pues mantiene amigos de toda la vida; nos confía el buen Arnie). “El delivery nos ayudó a abrirnos a un público que buscaba nuestro estilo”, conversa. Recibe visitantes de todas las sangres y gustos, que quedaron enamorados de su cocina cuando se enteraron de su propuesta del delivery. Por ello, con el control total de ambas operaciones como empresa familiar, buscaron darle un mejor perfil a sus platos. Inicialmente, aumentando el volumen y no escatimando en la calidad de los insumos para terminar de enamorar a estos nuevos clientes. La propuesta de Franklin en sí sigue siendo la misma, no ha cambiado mucho, con una cocina cosmopolita donde prima la técnica y el buen trato del insumo para luego vestir esta grata experiencia en un platillo coqueto. Se vienen algunos cambios, pero esto será para marzo o abril.
Novedades hay varias, por ejemplo, a pesar de que fue el primer local pet friendly ahora lanzaron una carta para mascotas en alianza con la conocida marca “Barker”, llamada “Franklin’s Oh My Dog”. Con esto los hermanos menores pueden acompañar nuestro almuerzo o cena con sus snacks. Pero esto no es todo, ya que también las bebidas tienen el sello de Franklin. Allí entra a tallar una cerveza a cargo de Magdalena, a la que nombraron La Dasso, y un par de vinos (tinto y blanco) que se los tejió Casa Petrini de Mendoza a su medida. Lujo. Pero regresando a lo esencial, mi visita dominguera fue satisfactoria. Realmente quedé encantado con el perfil de sabores de los platos que ordené. Inicié la orden con un ceviche de pesca del día y canchita chulpi, lo que le deba un toque lúdico a cada bocado. La leche de tigre estable, sin mucho picor y con la acidez controlada. El camote glaseado sirvió para darle equilibrio a todo el plato. Lo pido de nuevo.
Luego me fui por un carpaccio de lomo con aioli de albahaca, alcaparras, queso grana padano (italiano), cebollitas crocantes y arúgula silvestre. Plato con fuerza por el queso, que jugaba bien con el aioli (muy bien trabajado en cocina) en contraste. El padano, por su perfil, marca todo el camino en esta entrada. Ya en los fondos apunté al Blue Cheese Tenderloin, que es un filet mignon con queso azul, puré de papas, espinacas salteadas y salsa de oporto. Me queda decir que acá hay complejidad y tino en los acompañamientos para la proteína. Los equilibrios es lo que destaco de la sazón de Franklin. Los dulces y salados empatan en la boca para darle paso a la textura del filet. Platazo. Un poco de coctelería para seguir con la tarde: llegaron un buen Negroni, un Capitán, un Boulevardier y un “Jessica Butrich Signature”, el cocktail de moda en Lima basado en las preferencias de nuestra famosa diseñadora de Modas.
Para terminar, me llamó la atención el Chicken and Cashew Japanese Udon, que es el clásico salteado de Franklin, con estas pastas niponas gruesas (Udon), que absorben bien el ahumado del salteado, y si a esto le sumas las verduras, pues tendrás una grata experiencia en el paladar. Recomendado. Y el postre fue todo un clásico: el Chocolate Magic Ball, que es un brownie con helado artesanal “Alore” de vainilla o en versión gluten free con tartaleta de frutos rojos y sorbet de frambuesa. Todo bañado en chocolate. Sin palabras. Te lo debes de imaginar. En fin, solo me queda decir que Franklin tiene la vibra con Arnie manejando los hilos del restaurante. Dense una vuelta, conozcan su propuesta, y si ven a un señor de lentes y sombrero, con una sonrisa perpetua en el rostro, pues denle las gracias por crear un lugar para regalarnos una grata experiencia.