El skate y la pastelería le dieron muchas alegrías y tristezas a Nicolás Manrique, un inquieto muchacho que logró combinar a sus dos amores para darle origen a Mamalula, un gran proyecto que nació en honor a una perrita rescatada.

A los 25 años, todos queremos hacer miles de cosas. Es el límite entre la juventud y la adultez, pero, sobre todo, es el momento en que nos arriesgamos a hacer cosas distintas y, en muchos casos, a salir de nuestra zona de confort para ir hacia un solo destino: nuestra satisfacción personal/profesional.

Fotos: Joaquín Cruzado – Martín Segura

Eso lo sabe muy bien Nicolás Manrique, un hiperactivo muchacho que decidió mezclar sus dos pasiones, el skate y la pastelería, para crear su propio negocio. Un emprendimiento que nació como si nada gracias a buenos amigos. Tras escuchar varias palabras de desaliento de las personas que menos imaginaba, concibió a ‘Mamalula’, una cálida pastelería donde él mismo prepara diversos pasteles que luego entrega a bordo de su tabla con ruedas.

«Un día, en el skatepark de Surco, mis amigos amigos me animaron a vender brownies a los skaters que acudían a practicar y, sin darme cuenta, tuve muy buena acogida. Pero yo quería más. Quería que más personas disfruten de mis preparaciones, así que visité otros skaterparks para venderlos. Personas muy cercanas intentaron desanimarme. Me sentí mal, pero eso me dio fuerzas para seguir», recuerda Nicolás mientras hace unas piruetas con su fiel compañero en el lugar donde ofreció sus productos por primera vez y que es muy bien resguardado por la comuna surcana.

Fotos: Joaquín Cruzado – Martín Segura

Pasaron las semanas, trucos en una fosa, horas de amasado, caídas y, sobre todo, alegrías que motivaron a este pastelero de 25 años a avanzar más allá y no ponerse límites. Todos comenzaron a hablar de Mamalula. El sueño de Nico se estaba haciendo realidad.

«Cuando estudiaba gastronomía, me puse la meta de poner algo propio. Mamalula es el primer paso. Costó pero la satisfacción de ver a un cliente feliz con su pedido y que diga “muchas gracias, estuvo rica la torta», es algo que no tiene precio», detalla con una gran sonrisa en el rostro.

Otra sonrisa se le forma cada vez que escucha el nombre de su hija, quien está comenzando a caminar. Esto lo motiva para satisfacer a todos en cada bocado, gracias a su pasión por la pastelería. La harina, los huevos, la mantequilla y el azúcar se convirtieron en sus cómplices inseparables, al igual que la pintura y la botánica.

«Pude combinar el skate con la pintura y las tablas que son desechadas: me sirven como lienzo para plasmar mis dibujos, así les doy otra oportunidad de vida. La botánica es mi relajación perfecta. El mundo de las plantas es muy interesante, te llena de una calma única», cuenta contento, mientras coloca unas florecillas sobre un pastel de manzana recién horneado.

Fotos: Joaquín Cruzado – Martín Segura

Sí. Usa flores naturales y algunas hojas de su pequeño vivero para decorar sus pedidos pasteleros. Esto lo hace único y así, logra darle una perspectiva de vida propia a cada uno de sus pasteles.

Pero ¿por qué se llama Mamalula? Pensamos que era en honor a su abuela. Nos equivocamos. Es en homenaje a una perrita que rescató tiempo atrás, la cual se convirtió en su engreída. Lamentablemente, tuvo que darla en adopción. Una pena que nos confiesa mientras disfrutamos uno de los mejores pasteles de manzana que hayamos probado en nuestras vidas y lo vemos jugando con Rayo, su nuevo compinche y al que también salvó del maltrato por parte de seres sin corazón.

Escribe: Kenyi Coba // Fotos: Joaquín Cruzado – Martín Segura