Acostumbrados al más representativo elenco de actores argentinos, destacados por su talento y estrellato expresados en un sinfín de ocasiones, el cineasta Damián Szifrón nos sorprende con una cinta que, además de ser nominada al Oscar como mejor película extranjera, se aleja de ser convencional. Relatos Salvajes conforma una producción cinematográfica unificadora de seis historias que, empapadas de humor negro, logran representar problemáticas emblemáticas para los tiempos y generaciones actuales.
Entre esta secuencia de sucesos anecdóticos y, llegando casi al final de la cinta, encontramos el relato Hasta que la muerte nos separe, protagonizado por dos personajes destacables: Romina (Érica Rivas) y Ariel (Diego Gentile), quienes conforman una relación romántica en el siglo XXI. Haciendo constantes referencias a Carrie, dirigida por Brian De Palma, el relato nos sumerge en un matrimonio judío que pretende alcanzar su punto de desequilibrio más alto, en la misma noche de su celebración.

Las dos caras del matrimonio
La frase “Una relación marcha bien hasta que te casas” nunca se había visto expresada de manera tan explícita. La pantalla nos presenta, en un inicio, una celebración vivaz y extraordinaria, donde los invitados y los cónyuges disfrutaban del ambiente al ritmo de Titanium de David Guetta. Desde las escenas emotivas que encuadran los recuerdos familiares, hasta las conmovedoras sonrisas de los invitados, la historia busca transmitirnos diversos sentimientos como cercanía, fraternidad y alegría. Sin embargo, unas escenas más adelante, somos testigos de la declaración de una infidelidad en la relación, de la caída de una de las capas de protección por parte del marido de Romina. Este suceso marca una dualidad completamente contrastante en la actitud de la pareja en cuestión: la relación comienza a marchitarse y a absorber desconfianza de una manera voraz. La alegría y encanto, características de la imagen de ambas personas, ceden el podio al dolor y a la desesperanza.

La locura nos transforma en personas poco racionales
La modificación de patrones internos, a raíz de factores y elementos externos, son parte de la naturaleza del ser humano y de su convivencia con el entorno. Sin embargo, ¿Qué sucede cuando nos dejamos llevar de manera irracional por nuestros sentimientos más impulsivos? Este relato tiene la respuesta precisa. Hasta que la muerte nos separe representa la pérdida de la cordura en su máxima expresión, encarrilando la historia en ámbitos netamente pasionales y emocionales. Los celos representan un detonante fundamental, conforman la gota que derramó el vaso de una relación que ya arrastraba una notoria falta de comunicación e inconvenientes que salieron a la luz en el momento menos esperado. Romina consigue vengarse de la manera más impulsiva e inmediata, llevando hasta el tope el ataque de locura que, tanto ella como su marido, atraviesan de una manera casi exhaustiva. La protagonista posee un conflicto interno que resulta clave para no abandonar del todo la relación y entorpecer más su claridad del panorama: su orgullo enfrentándose al intenso amor que siente por Ariel.

La verdadera esencia de la celebración
Después de haber visto el clímax de los personajes, los espectadores presenciamos un genuino amor fuera de lo convencional, al estilo único de Romina y Ariel. Ambos, poseídos por la locura y adrenalina del momento, experimentan el amor que resulta real para los dos. Un sentimiento que supera cualquier constructo social y las leyes de lo moral, que deja de lado lo socialmente aceptado para desnudar sus más recónditas expresiones frente a todos los invitados de la fiesta. La celebración y la boda se convierte exclusivamente de este par, descubren lo que en realidad los envuelve como pareja e ignoran a todas las personas que se encuentran a su alrededor. Logran derribar cualquier barrera del pudor o la decencia y, finalmente, se muestran sin máscaras o disfraces ante el otro y los demás.
Este relato conforma una producción destacable por su calidad de guion, que demuestra que se puede prescindir de una fotografía y estéticas extraordinarias para ser un irremplazable representante del cine argentino. A pesar de las expectativas que tuvo el público antes de su estreno, Relatos Salvajes logró copar los cines en su país de origen y tener una fuerte acogida a nivel latinoamericano.
Escribe Daniela Tordoya*