Un recuerdo continúa intacto en la memoria de todos los peruanos: el primer gol que nos clasificó al mundial de Rusia. Ese tanto que dejó al país sin voz tiene nombre y apellido: Jefferson Agustín Farfán Guadalupe, como narró Daniel Peredo aquel 15 de noviembre del 2017. Ese momento no solo supuso la ruptura de una mala racha que nos había acompañado con fervor, sino también el nacimiento de una nueva era. 

Esta vez, Farfán nos abre la puerta para adentrarnos en su vida: una historia que escribe todos los días y de la que, pese a no conocer el final, procura disfrutar cada instante. La pandemia ha permitido que se reencuentre con su familia y goce de las circunstancias que muchas veces el fútbol le ha negado por la disciplina y tiempo que implican. “Estoy súper feliz de que, después de tantos años jugando en el extranjero, por fin pueda estar cerca a ellos. ¡Han sido 16 años viviendo fuera de mi país!”, señala. No ha dejado de pensar en los suyos. Trata de llevar consigo la imagen de su madre e hijos. “Esta situación me ha dejado lecciones importantes. Yo jamás imaginé cocinar o ver otras áreas que no tenían que ver con mi carrera deportiva. Pese a lo complejo que ha sido, he podido sacar cosas positivas de esta coyuntura”, confiesa.

Es exactamente el mismo: ni la fama ni el éxito han podido cambiarlo. Se emociona al hablar sobre sus amigos del barrio, quienes lo vieron crecer. Es difícil salir con las personas que estima por su condición de personaje público, pero lo acepta como parte del trabajo. “Me encantaría poder ir a comer con mis amistades de toda la vida a un lugar público, aunque es imposible. También me fascinaría poder jugar una pichanga con los de siempre”, revela entusiasmado. Creció en el distrito de Villa El Salvador, donde aprendió a jugar en la tierra y sin zapatos. 

Pese al éxito, tiene deudas con el fútbol. Su anhelo era ganar la Champions League y le frustra pensar que estuvo cerca en dos oportunidades. Rememora las dos semifinales del torneo con el PSV y el Schalke 04. Sin embargo, no podía dejar de preguntarle por el equipo de sus amores. Me confesó que el deseo de vestir la camiseta del cuadro blanquiazul continúa latente. “Mi mayor sueño es volver a Alianza Lima con mi compadre Paolo y ver el Matute completamente lleno. Espero que pueda ser pronto”. Está orgulloso de los títulos que ha alcanzado, aunque todavía persiste la idea de ganar una Copa Libertadores. “Es el sueño de todo jugador sudamericano”, asegura.

Pese a las idas y vueltas, el destino le arrebató un ídolo que para él era inmortal. Diego Armando Maradona murió para el fútbol y la vida un 25 de noviembre del 2020. Traté de hablar con Farfán sobre su pérdida y un silencio cubrió el espacio de la entrevista. Se enteró de la fatídica noticia por su fisioterapeuta. Al principio no le creía hasta que prendió la televisión y sus propios ojos le confirmaron la tragedia. Le partió el alma: “Hace un mes y medio hablé directamente con Maradona. Me ofreció ir al club Gimnasia y Esgrima de la Plata, que era el equipo donde estaba trabajando. Tengo la llamada con él guardada en el corazón y que quedará conmigo para siempre”. El barrilete cósmico pudo destacar desde hace años a Jefferson como en la Copa América del 2015, nombrándolo entre las figuras del certamen.

Toma un sorbo de agua, mientras una incógnita ronda por mi mente: su vida luego del fútbol. “Se vienen nuevos proyectos, pero lo más importante es ayudar a quienes más lo necesitan”, afirma. No deja de pensar en el resto. Le llena retribuirle a las personas lo que en algún momento hicieron con él cuando empezaba a patear sus primeros balones. Farfán no ha perdido la misma humanidad que le permitió realizar el sueño que tenía de pequeño: ir a la Copa del Mundo con la selección. Ahora sabe que su hogar siempre será el mismo, aunque ya no sea el hombre que soñaba en ir a un mundial.

Escribe: Diego Samalvides Heysen