Nos habíamos acostumbrado a estar entre los escombros hasta que llegó una figura que significó un bálsamo para el deporte rey: Ricardo Gareca. «Es el desafío más grande de mi vida deportiva», dijo aquel 02 de marzo de 2015. Desde su posición como director técnico de la Selección Peruana de Fútbol, desafió las matemáticas, las predicciones y a una hinchada que había olvidado el sueño mundialista. Luego de 36 años, volvimos a estar en el radar. Fueron siete años que podemos definir como exitosos. Sin embargo, hoy nos despedimos de una era dorada a manos de lo que más caracteriza al Perú: la corrupción.

El mundo deportivo, especialmente el fútbol, es una réplica de la política nacional. En el caso de la FPF, Agustín Lozano Saavedra es aquel personaje que hace y deshace a su antojo tal como Pedro Castillo. Retiró a Gareca, a Juan Carlos Oblitas, y a todos los profesionales que venían contribuyendo al equipo blanquirrojo. Aunque se haya dicho mucho al respecto, la realidad es que se desarmó el último bastión profesional. No es verdad que el contrato del «Tigre» haya sido exuberante. El monto de 3.7 millones de dólares anuales es semejante al resto del mercado. Por ejemplo, el entrenador de Brasil, Tite, recibe 3.9 millones de dólares anuales; mientras que José Pekerman, quien dirige la escuadra vinotinto, bordea 3.5 millones.
El hecho de cuestionar el salario es una muestra de ignorancia, puesto que se pagaba con su propio trabajo. En los últimos años ingresaron 80 millones de dólares a consecuencia de los éxitos logrados, que también reactivaron el mercado textil, gastronomía y turismo. La no renovación afecta sobremanera a estos sectores. Debo resaltar que Gareca pidió control del rubro deportivo, lo que incluía divisiones juveniles y el torneo profesional. Eso significaba que Lozano dejaría de manejar el fútbol peruano; pero eso lo habría alejado de sus beneficios personales y el manejo económico. Con ello, creo que queda claro el desenlace de esta historia. De todas formas, fiel a su estilo, Ricardo Gareca dijo que estaba dispuesto en mantenerse al mando de la Selección Peruana, a tal punto de que iba a mudar la residencia de su familia a tierras incas. Jamás se concretó.
Lo ocurrido es algo que no se puede pasar por alto. Se perdió al líder que sabe cómo hacer surgir nuevos jugadores y convertir a desconocidos en figuras de alto nivel. Se perdió al hombre que nos llevó a una cita mundialista, dos repechajes y podios en la Copa América que antes solo nos parecían una ilusión. Se perdió la vigencia de Juan Carlos Oblitas, uno de los peruanos que más sabe de fútbol. Un erudito a carta cabal, jugador mundialista, técnico exitoso a nivel de clubes y Selección, así como un gran dirigente que fue el complemento perfecto de Ricardo Gareca.

Con errores y aciertos, nunca me cansaré de afirmar que fue una era extraordinaria para el fútbol peruano. Se hizo mucho cuando teníamos poco. Volvimos a surgir, y nos volvimos protagonistas acompañados de auténticos profesionales. Mi fe en el «Tigre» siempre se mantuvo intacta, pese a que no pudimos vencer a Australia y llegar a Qatar como tanto ansiábamos. No podemos negar que devolvió la ilusión, nos colocó en la órbita y podemos considerarlo el mejor entrenador en la trayectoria del balompié nacional. Ahora llega, en un escenario polémico, Juan Reynoso. Será otra historia por contar. Por lo pronto, como dije en la primera columna que lleva este título, siempre confié en Gareca y, en el fondo, nunca dejaré de hacerlo.
Escribe: Valeria Burga Bobadilla (@valeria.burga26)
Editora General