Siempre he escuchado que el fútbol es de las cosas más importantes entre lo que se considera menos importante. Nos habíamos acostumbrado a estar en el último lugar o, mejor dicho, en las sombras. Ricardo Gareca llegó a cambiar la mala racha que parecía no tener un punto de escape. «Es el desafío más grande de mi vida deportiva», dijo aquel 02 de marzo de 2015. Después de ser dirigidos por figuras nefastas como «Chemo» del Solar o Sergio Markarián, era impensado que alguien nos llevara a una cita mundialista; pero el «Tigre» le dio la vuelta al pesimismo, las matemáticas y las predicciones.

Estaba ligado a nuestro país desde su génesis. En las eliminatorias al Mundial de México 1986, anotó un gol que clasificó a la albiceleste y nos dejó eliminados. Sin embargo, no fue convocado para esa Copa del Mundo. Argentina se coronó campeón con el astro Diego Armando Maradona a la cabeza, pero sin Gareca como parte del plantel. El balompié le había fallado en aquella ocasión. Tenía una revancha tácita con este deporte, y el tiempo se encargaría de dársela de la mano de «la bicolor».  

Eran tiempos cruentos para el fútbol peruano allá por el 2015. «No tenemos con qué ir al Mundial», decíamos constantemente. El argentino llegó con técnica, fundamentos de futbolista y apostó por los jóvenes; dejando fuera a personalidades reconocidas del equipo. Hizo que su labor sea una de las más exitosas en la historia de la «blanquirroja». Nos clasificó a Rusia 2018 después de 36 años de penurias y, tras renovar el contrato en el 2019, logró que Perú volviera a jugar una final de la Copa América luego de 44 años. Bajo su dirección, también posicionó a la selección como una de las mejores de Sudamérica. 

Se convirtió en un bálsamo para el deporte rey. Lo colocamos en un pedestal inmenso, pero, sin darnos cuenta, lo hicimos inmune a toda crítica. Durante las cinco primeras fechas de eliminatorias rumbo a Qatar 2022, solo pudimos sumar un punto. Había descontento por parte de la hinchada y me incluyo en ello. Sentí que no habíamos aprendido, pues volvimos a la vieja historia, jugando al todo o nada, mirando de reojo a la calculadora. La «memoria colectiva» se convirtió en argolla. Perdimos la humildad. Dejé de confiar en el «Tigre». No obstante, a hurtadillas, él siempre confió en los suyos y se reencontró consigo mismo en un terreno inhóspito. 

Demostró, nuevamente, que no somos el país de las oportunidades perdidas. Su inteligencia juega y conduce a la escuadra. Lo dejó en claro con el reciente triunfo en Barranquilla y el empate ante Ecuador de local. Tiene un balance de 92 partidos, en los que abarca 37 triunfos, 22 empates y 33 derrotas. Si hablamos de goles, el registro es de 117 a favor y 107 en contra. Por esto y más, no cabe duda de que el técnico se ha ganado a pulso el cariño de la afición. Es un ícono de la patria, uno de los personajes más queridos en medio de una sociedad impredecible. 

Amado u odiado, con errores y aciertos; persigue el objetivo de clasificar al Mundial por segunda vez consecutiva. Estamos a solo dos fechas de conocer el resultado final. Las expectativas son bastante altas, existe incertidumbre, pero la fe del «Tigre» se mantiene intacta. Pese a que se especule su pase al conjunto colombiano, Gareca  devolvió la ilusión y nos colocó en la órbita. Presenta las credenciales necesarias para ser considerado el mejor entrenador en la historia del fútbol nacional. Retornaremos a la Copa del Mundo. He vuelto a confiar en él, aunque creo que, en el fondo, nunca dejé de hacerlo. 

Escribe: Valeria Burga (@valeria.burga26)

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