Se cancelaron las presentaciones de libros, cerraron librerías, bibliotecas, la industria gráfica se detuvo, los diseñadores y las distribuidoras quedaron en stand by, hasta nuevo aviso. Las ferias del libro se postergaron o se enfrentarán al reto de la modalidad virtual; la industria editorial sufrió su más grave revés cuando se anunció el estado de emergencia nacional. El sector que, pre pandemia, calificaba como uno de los más abandonados (postergados apuntan los optimistas), enfrenta el mayor de sus retos: sobrevivir.
Considero, sin embargo, que la industria editorial es el rubro con mayor capacidad para levantarse. Durante décadas, el libro ha caminado con el Estado de espaldas, con los ministerios de Cultura y de Educación a ciegas o con aislados esfuerzos desde la BNP o la DLL, quienes atentos al avance de “los independientes”, los incorporaron en sus agendas; con un Perú ajeno al libro y no precisamente porque el libro se haya constituido en un objeto de difícil acceso, sino porque no hay hábito lector, las instituciones responsables de promoverlo, carecieron de especialistas que con estrategias inteligentes hayan motivado el amor por la lectura.
Con todo en contra, la industria editorial continuó de pie. El libro siguió su curso en un país donde no se respetan los derechos de autor, el libro se mantuvo firme al centro de la pelea, en un país donde los escritores carecen de garantías (ser escritor en el Perú significa condenarse al más olvidado de todos los oficios). En un país donde los distribuidores cancelan cuando se les da la gana, el libro continuó firme en la batalla, en un país donde las librerías carecen de atención y rara vez obtienen el impulso de algún medio de comunicación, el libro persistió en su vocación por capturar lectores; en un país donde a los gráficos no se les da el valor que merecen, en un país donde un maquinista o un quemador de placas laboran a destajo, rodeados, en su mayoría, por una informalidad que canibaliza las bases de la industria, el libro permaneció de pie. En un país donde los ministerios de educación y de cultura se desentendieron de las ferias del libro, la industria editorial, continuó de pie.
Por esa resiliencia, estoy seguro que quienes nos dedicamos a la actividad editorial, estamos listos para enfrentar el reto de asumir el nuevo orden como una prueba que superaremos teniendo, aún, todo en contra. ¿Qué toca a las editoriales? ¿Qué corresponderá a las librerías? ¿Qué tiene que hacer el sector para levantarse de esta crisis? ¿Reinventarse? Sí, reinventarse, toca mover ficha y avanzar hacia un proceso de reingeniería. Por supuesto, sería ideal contar, al fin, con el impulso material del Estado a través de una inyección de capital a las empresas que figuran como hábiles en los registros públicos. Según cifras de la Cámara Peruana del Libro son 6,463 las empresas registradas. Y corresponde a quienes constituimos el sector adoptar las herramientas de la “nueva normalidad” para sostenernos en el escenario post COVID-19: mantener nuestras empresas con el marketing y la venta de nuestros productos y servicios a través de internet, será una de las fórmulas. Si algo hemos practicado o entendido durante estos días de cuarentena es la movilización de los libros vía redes. Incluso, me atrevo a afirmar que con el confinamiento hemos ganado lectores. Lo que no hizo la incapacidad de los responsables de promover campañas para la democratización del libro y la lectura, lo hizo el aislamiento social. La afirmación es terrible, pero es real. Dependerá de saber leer este momento y de adecuarnos a los nuevos protocolos para entregarle otra victoria al sector editorial. Si antes, logramos hacerlo, hoy necesitamos confirmar que no elegimos este rubro porque sea fácil. Y, aunque lugar común, hagamos de la crisis una oportunidad. Resistir y readaptarnos, esa debe ser la consigna. Podemos hacerlo.