Este octubre, nuestro país celebra una de las festividades religiosas que congrega a la mayoría de los feligreses en Latinoamérica: «El Señor de los Milagros». La historia narra que, en el tiempo del virreinato del Perú, la imagen de este Cristo moreno fue pintada por un esclavo de origen angolés en una pared de adobe en el Barrio de Pachacamilla, en el Centro de Lima.

Sin embargo, el resultado final no fue el mejor, puesto que el mulato no contaba con nociones de pintura. Por ello, varias personas no tomaron en cuenta lo realizado por el angoleño. Tiempo después, a las personas —en su mayoría esclavos— les comenzó a parecer atractiva dicha imagen y, desde entonces, empezaron a congregarse alrededor de ella y a rendirle culto, construyendo un pequeño templo. Fue así como los fieles la bautizaron como el «Cristo moreno» por las raíces de sus creadores.
Recordemos que, el 13 de noviembre de 1655, las regiones de Lima y Callao sufrieron un fatal terremoto dejando decenas de damnificados y víctimas, además de derrumbarse casonas, viviendas y templos. Pero lo que más llamó la atención fue que la pared pintada donde se encontraba el Cristo crucificado permaneció intacta y sin daños colaterales. Este suceso ocurrió una vez más en el mes de octubre en 1746, dejando en ruinas a la ciudad con miles de fallecidos; sin embargo, el muro permaneció en pie.
Luego de varios años, un grupo de habitantes ya congregaba esta imagen. Esto no fue del agrado de muchos influyentes en aquel tiempo, principalmente del párroco José de Mena; a quien no le parecía correcto y adecuado que los esclavos se reunieran para adorar una pintura. Debido a esto, promovió que se borre la figura de la pared.

Los cronistas relatan que el pintor a cargo de borrar la imagen empezó a tener escalofríos y, tras un segundo intento, tuvo una impresión muy fuerte, por lo que se negó a finalizar el trabajo. Algo parecido ocurrió con el segundo hombre y, finalmente, trajeron a un solado para que cumpla con su labor, pero este se negó ya que vio que se ponía más hermosa y la corona de espinas cambiaba de color a uno verde.
Tras estos acontecimientos, hubo una mejoría de las condiciones del Cristo de Pachacamilla. Por este motivo es considerada una de las máximas manifestaciones de fe. «El Señor de los Milagros» viene a ser el patrón de los peruanos residentes e inmigrantes. En el 2005, fue proclamado así gracias a la veneración de sus fieles religiosos, llevando su tradición y homenajeándolo cada octubre lejos de las fronteras.
Cabe mencionar que dicha tradición también se celebra en diferentes ciudades, tales como Huancayo, Piura, Tumbes, Tacna, Trujillo, Arequipa, Iquitos, Huaraz, Huaral, Chosica, Ayacucho, Cañete y Cusco. Es sorprendente porque, a lo largo de los años, esta exaltación se mantuvo vigente. Un dato interesante fue que el color morado no tenía relación con «El Señor de los Milagros» en un principio.
¿Cómo empezó esta costumbre? Se dice que la madre Antonia Lucía del Espíritu Santo llegó a Lima y fundó el Beaterio de Nazarenas en el Callao; cuya apariencia era morada, vestida de la túnica nazarena (en honor a Jesús de Nazaret). Sin embargo, la conexión no ocurrió hasta que la madre Antonia tuvo un espacio al costado de la capilla del Cristo de Pachacamilla. Es ahí cuando se comenzó a relacionar el color de las beatas con el Cristo crucificado.

Sin duda alguna, las alfombras de flores en las procesiones de nuestro Señor es una costumbre artística. Significa una expresión hecha a mano por miles de creyentes católicos que quieren representar su fe. Asimismo, las velas se han vuelto una costumbre para los fieles.
Pero, ¿cuándo inicia esta manifestación cultural en nuestro país? Con el fin de ofrecerle tributo, el evento religioso más grande se lleva a cabo el primer sábado de octubre desde el Monasterio de las Nazarenas en el Centro de Lima para recorrer todas las calles de la ciudad y, en la noche, llegar al punto de partida. En la última procesión (01 de noviembre) sale del Santuario e ingresa al Monasterio hasta el próximo año. Todo un ritual de esperanza, tradición y fe.
Escribe: Sara Rios