El escenario ha cambiado. Y mucho. Un verano totalmente diferente asoma por la ventana en este ya dilatado confinamiento. La grave crisis sanitaria, provocada por la propagación del Coronavirus, plantea la época vacacional sin largos viajes, con la ausencia de comidas multitudinarias en chiringuitos, playas vacías…y sin festivales. Son el reclamo del verano: miles de amantes de la música, famosos y también influencers, con el rostro inundado de purpurina –ecológica, claro– hubieran arrancado este fin de semana el tradicional circuito de eventos musicales.
El Coachella, previsto del 9 al 11 de abril, anunció hace un mes nuevas fechas y no se celebrará hasta después de verano, en octubre. No es el caso del festival de artes escénicas de Pilton (Inglaterra), el famoso Glastonbury, que directamente ha decidido cancelar la que iba a ser su 50ª edición. El panorama no mejora a nivel nacional, donde la mayoría resisten al colgar el cartel de “aplazado”, con la esperanza de que en agosto la situación mejore. Quién iba a decir que el Primavera se celebraría en verano. “Tenía pensado ir al Coachella y al Arenal Sound”, confirma Aida Domenech, conocida como Dulceida. Para la influencer española que tiene su propio festival, el Dulceweekend, música y moda son artes estrechamente vinculados: “los festivales permiten ser mucho más creativa y polivalente a la hora de crear un estilismo”.
Las marcas son conscientes de la importancia que da el público a su atuendo de festival y, por eso, crean colecciones alrededor de este concepto. Muchas incluso participan en la creación de éstos, al firmar como sus grandes patrocinadoras. Es el caso de Undërwood, una firma española que está vinculada al Arenal Sound y al Festival de les Arts, entre otros. Esta pequeña marca, que si todo va bien estará también en el FIB, confirma que las cancelaciones perjudican al sector. “Afecta porque los festivales suponen una oportunidad única para tratar con los consumidores. Es el lugar perfecto para fidelizar a los clientes y llegar a nuevos perfiles”, explica Jorge Llorente, uno de los tres socios al frente de Undërwood.
Más allá de los stands, la moda que marcan las firmas en los festivales se “publicita” a través de los famosos que acuden a ellos. “Fíjate en el look que lleva una famosa en el Coachella y verás que en otros festivales, una buena multitud lo replica”, explica. Las marcas patrocinadoras ceden en muchos casos la ropa a la “farándula festivalera”, modelos, actores y cantantes que se mezclan entre el público. Son ejemplo de ello la modelo Alessandra Ambrosio, la ‘reina’ del Coachella, Kate Moss lo fue también del Glastonbury y Doménech lo es de los escenarios nacionales. “Hace muchos años que asisto a estos eventos, a veces voy de la mano del festival y otras de la de las marcas. No existe un patrón predefinido en este sentido”, añade la influencer española.
Así, el Primavera Sound se convierte este año en pasarela de Pull&Bear, el Coachella lo hace de NYX y el Arenal de Undërwood. Las marcas lanzan entonces una reducida colección fuera de temporada, llena de coloridos estampados, brillantina, fantasía y creatividad. La moda de festival parece una oda a la excentricidad, compuesta por combinaciones sin sentido –como unas botas cowboy con un bikini metálico– pero en realidad, se rige por una norma muy sencilla: pura libertad de expresión. Sin códigos de vestimenta que la coarten o prejuicios que la avergüencen. Un mantra con el que las nuevas generaciones se identifican profundamente. Una pasarela, la de los festivales, que todas quieren firmar.