En el corazón del boulevard de Barranco, acaba de abrir sus puertas «Morada 173», el nuevo bar de Diego Macedo. Una propuesta diplomática, democrática y llena de amplios sabores tanto en bebidas de autor como en piqueos.

Para entender la coctelería de Diego Macedo, hay que tomarse un tiempo. El bartender hila fino entre destilados y siropes, escoge bien los mililitros para no escapar de los parámetros del equilibrio; piedra filosofal en este rubro. Lo que me llamó la atención fue la facilidad que tiene el también actor —que en su momento compartió alguna escena con Cristian Meier— para mutar de un estilo de cocktail a otro.

Va de lo amargo a lo sutil y de lo tiki a lo aperitivo con una facilidad de malabarista. Tengo que reconocerlo. Luego de tantos años de compartir copas con Macedo, por fin pude sumergirme en su estilo de una manera lineal y con análisis, probando una carta entera de su autoría. El resultado, como ya se han podido dar cuenta, fue diez de diez.

Entre sus cócteles de autor, por ejemplo, tiene uno llamado «Chipote Chillón», que lleva Aqará Plata, jarabe de maple con rocoto, shrub de ciruela, limón y peychaud. Fresco y con una profunda complejidad que deja bailando marinera al destilado de Marco Suárez. Aquí es donde entra mi apreciación muy personal sobre las técnicas que aplica Diego.

Tan solo intentar un cocktail con tales expresiones de insumos es riesgoso, pero el tino sobresalta en este brebaje, logrando sorbos redondos. Si quieres probar la orilla de enfrente, pide el «Bathtube», que se arma con Smirnoff, licor de melón, naranja, piña, crema de coco, mezcal y aire de piña. Otra mirada, otra alma, otros decibeles. El mezcal es punto a tierra, vital para que la bañera no vuele en lo dulce.

«Morada 173» vendría ser un «cuarentenials». Nació en plena pandemia luego de unas conversaciones con Ramón Uceda, su ahora socio y amigo de toda la vida, quien tenía el espacio libre desde que cerró, hace algún tiempo ya, «El Roble», aquel restaurante de tinte criollo con varios lustros sobre los hombros. Inicialmente, a Macedo lo atraparon las dudas, pues emprender en un contexto pandémico era probablemente cosa de locos.

Sin embargo, la oportunidad que otorgaba el recinto (muy bien ubicado) y las ganas por crear cócteles, lanzaron a la piscina a Diego, logrando una opción más que interesante para el boulevard y para Barranco en general. Ya con el local bajo sus manos, la próxima tarea fue darle el ambiente que acompañe a las propuestas de alimentos y bebidas.

La idea fetal era darle visibilidad a los cócteles. Sus amigos de barras le compartieron el datazo de Víctor Sullón, un artesano de Chulucanas con un talento poco antes visto. Macedo, con una quemada de cerebro única, ideó unas vajillas singulares que Sullón las interpretó a su manera. De allí salieron una bañera, un toro, el chipote chillón, una Harley y demás.

Lo que me agradó fue la practicidad de las vajillas, ya que puedes beber de ellas de una manera orgánica. Es más, me cuenta que están pensando en ponerlas a la venta, lo cuál me pareció un golazo. Tema aparte es el «Retablo», un cocktail que sale, precisamente, en un mini retablo ayacuchano, que es una belleza por todos lados. Un aperitivo fresco y cítrico con notas ligeras a bitter. Se arma con Tanqueray, Cocchi Rossa, jarabe de toronjil y cedrón, toronja, limón y bitter. Quizás lo mejor que probé en los últimos meses.

Llegó a la mesa el «The IC». «Combina dos texturas: la líquida tiene un perfil más cítrico y la espuma es afrutada y chocolatada». Lleva Tabernero 3 Cepas, licor sauco, toronja rosada y espuma de lúcuma con licor de chocolate y quinua pop. Algo más lúdico para los aventureros de las barras. Otro es el «Toro Bravo», descrito como complejo, algo dulce y muy sorprendente. Va con Zacapa Ámbar (fatwash en peanut butter), miel de maple con rocoto, piña a la parrilla, naranja y angostura.

La experiencia va más allá de los cócteles. La carta de piqueos y algunos platos colman las expectativas de cualquier sibarita. Lo que crearon con Coque Ossio para el «Bar 7», el otro recinto que tuvo Macedo en Regatas, lo trasladaron a «Morada 173». Encuentras, por ejemplo, unos tequeños con tres tipos de quesos, un poco de tomillo y champiñones.

Asimismo, un tartare de atún, unas alitas orientales, una burger con un pan sublime (del Café A), tabla de quesos, pizzas y más. Como me lo comentó Diego cuando lo fui a ver: «Este es un bar para todos. Lo que quieras, lo tenemos». También hay vino, cerveza; cócteles de los clásicos, de los comerciales y, los más sobresalientes, los de autor. Todo en una casona de más de 80 años, que le da ese plus a tu experiencia. 

Elegancia, juventud, colores encendidos y algo de sobriedad, es lo que se bebe de su arquitectura. Este equilibrio se logró gracias al aporte de los especialistas Carlos Bardales y Sandra Corrales, amigos cercanos de los socios. Mantuvieron la esencia de la casa, como las mesas y las sillas que fueron retapizadas. En las paredes se optó por lo azul, donde destaca un jardín detrás de la barra.

No obstante, lo que se lleva las palmas son las lámparas que Macedo trajo de España para su bar. El mural lo pintó Franco Ludeña y los neones («Te conocí bailando», ícono) escaparon de otra mente, la de Carolina Ubillús. En suma, «Morada 173» es un bar donde tienes de todo: buena coctelería, grato ambiente y piqueos sabrosos. A visitarlo.

Escribe: John Santa Cruz (@josancru)