La moda trasciende todos los estilos de vida, de los paganos a los cristianos. Acompáñanos a conocer qué hay detrás de las refinadas prendas clericales y su evolución histórica.

Las elegantes y respetadas vestimentas sacerdotales son conocidas por todo aquel que ha tenido algún contacto con una ceremonia católica. Sin embargo, no existe un único estilo de hábito utilizado por estos fieles intermediarios de Dios. El amplio abanico de trajes o sotanas se ha transformado a lo largo del tiempo; y sus colores varían en función de los momentos y los miembros que las lucen.

Los primeros vestigios de nuestra iglesia cuelgan en armarios sagrados los hábitos religiosos más primitivos. Esta prenda consistía en una túnica, manto o capa utilizada comúnmente por la sociedad civil consagrada a la vida ascética. Hasta entonces, los eclesiásticos no usaban un hábito diferente a la del resto de fieles, únicamente se distinguían por llevar una cabellera más corta y modesta. 

La rutina en los monasterios, llegado el siglo IV, asentó esta vestidura en los monjes. Cuatro piezas constituían el atuendo. Estaba la túnica o hábito que rozaba los talones; el escapulario, elemento devocional y símbolo del yugo de Cristo que cubría los hombros por delante y detrás; el cíngulo, sujetador de la túnica; y la cogulla, amplia túnica con grandes mangas y prominente capucha que llegaba a envolver fácilmente la cabeza y parte rostro.

Tras el Concilio de Braga, en el año 572, la iglesia ordenó a los clérigos vestir el talar, y dos siglos más tarde, confirmó esta decisión exhortando a los obispos el uso de este tipo de hábito digno y monocolor. Aquella regla permanece hasta hoy, tal y como se aprecia en el Código de Derecho Canónico. Este traje eclesiástico incluye la famosa camisa clergyman negra de cuellecillo blanco, distintiva de los personajes religiosos en cualquier serie o película.

Así pues, con el transcurso de los años, se determinó la división de la indumentaria religiosa en tres grupos; como son, el traje eclesiástico, los ornamentos sagrados y los hábitos religiosos. El primero, descrito anteriormente, es propio del clero secular en la sociedad; los segundos, son los accesorios que utiliza este grupo cuando opera como ministro del culto en sus sagradas funciones; el último, singularizan a las personas consagradas al servicio en monasterios o conventos. 

Antes de fijarse el negro en el siglo XVI, el talar podía lucir tonos azulados ya que solo se prohibían los colores vivos. En dicho periodo también se consolidó la distinción de los colores litúrgicos en los ornamentos sagrados fijados previamente por el Papa Inocencio II en el siglo XIII. El blanco representaría la Pascua, Navidad, Jueves Santo y sacramentos como el Matrimonio y el Bautismo; el morado se usaría para los tiempos de Cuaresma y Adviento; el rojo para el Viernes Santo y la Confirmación; el verde para el Tiempo Ordinario; el rosa para los domingos de Gaudete (III de Adviento) y Laetare (IV  de Cuaresma); el azul para la solemnidad de la inmaculada Concepción; y el negro para el Viernes Santo y las misas de difuntos. 

Como dice el dicho, “El hábito no hace al monje”; por ello, pese a haber este código de vestimenta, algunos clérigos han decidido llevar la vida consagrada sin adherirse a un outfit específico. No obstante, igualando a los militares, policías o doctores, cuya indumentaria simboliza externamente su labor, el uso de los vestuarios eclesiásticos representa un recuerdo constante de su servicio a Dios para el mismo consagrado. Admirar objetivamente la belleza y distinción de estas prendas, es parte de la enriquecedora historia del arte textil.

Escribe: Valeria Bravo Ocaña