Reserva natural de Phundundu, Zimbabue (dpa) – Armados con rifles semiautomáticos, «rangers» vestidos de caqui patrullan a través de los pastos de la sabana africana. Su líder se detiene, hace una señal en silencio y se agacha para examinar las huellas de un chacal antes de que el equipo prosiga con su caza de otro tipo de depredador: humanos.
Se trata de una escena que se repite con todos los equipos que combaten la caza furtiva en reservas naturales y áreas de conservación de todo el país, sólo que aquí hay una diferencia: todos estos «rangers» (guardabosques) son mujeres.
El ex marido de Nyaradzo Hoto era violento, pero hoy, esta chica de 25 años tiene una nueva oportunidad en la vida como integrante armada de la primera unidad femenina dedicada a combatir la caza furtiva, «Akashinga» (las valientes). «Él era muy agresivo, era violento conmigo», rememora Hoto sobre su ex. «No puedo imaginarme volver a vivir con él. Mi trabajo como ‘ranger’ me ha convertido en una mujer independiente», relata.
Todas las mujeres en «Akashinga» proceden de un entorno desfavorecido en la zona rural cercana al área de conservación de 30.000 hectáreas que ahora protegen. Entre ellas hay viudas, supervivientes de agresiones sexuales, madres abandonadas, esposas maltratadas y ex prostitutas.
Contra todo pronóstico, en la sociedad patriarcal de Zimbabue estas mujeres han demostrado ser incorruptibles y valientes, cuenta Damien Mander, el corpulento y tatuado australiano que puso en marcha el proyecto. «Las mujeres son el futuro de la conservación», dice Mander, que trabajó en las fuerzas especiales australianas antes de fundar «Akashinga» hace menos de un año.
Mander puso en marcha su organización International Anti-Poaching Foundation (fundación internacional contra la caza furtiva), de la que forma parte «Akashinga», después de abandonar el Ejército cuando sintió la necesidad de hacer otra cosa más allá de perderse «en la cocaína y el alcohol», relata. «Estas son mujeres que han sido tratadas como basura, la mayoría de ellas han sido víctimas de hombres. Verlas ahora… convertidas en líderes», dice. «El mayor componente es que no hemos visto corrupción en ellas», añade.
Las mujeres, equipadas con rifles, esposas y cuchillos, patrullan a pie a través del área de conservación, donde viven los «cinco grandes de África», el león, el elefante africano, el leopardo, el búfalo africano y el rinoceronte negro, excepto este último. En la región del bajo Zambeze, en la que se encuentra la reserva natural de Phundundu, hay una de las mayores poblaciones de elefantes en el mundo, unos 11.000, pero debido a la caza furtiva la cifra ha disminuido mucho, ya que en 2002 había unos 20.000, cuenta Mander.
Antes de que Mander reclutara a las «rangers» de las poblaciones cercanas, ninguna de ellas había disparado nunca un arma y apenas tenían conocimientos sobre conservación. «Puedo asegurarte que estas mujeres no obtuvieron concesiones», dice Mander sobre su entrenamiento que incluyó conocimientos sobre el manejo de armas, supervivencia, combate desarmado y primeros auxilios.
En los nueve meses que lleva en funcionamiento el programa, las «rangers» han detenido a 51 personas, de las cuales la mayoría han terminado siendo procesadas. Sólo en las últimas seis semanas han detenido a siete cazadores furtivos, los cuales fueron procesados con éxito con la pena máxima de nueve años, celebra Mander.
En una ocasión, relata, encontraron huellas humanas y siguieren a un grupo de tres cazadores furtivos durante 20 kilómetros. Arrestaron a uno de ellos y con su información consiguieron detener a los otros dos. Se trataba de cazadores furtivos de marfil que habían estado usando cianuro para matar elefantes envenenando sus abrevaderos.
Hasta el momento, las «rangers» no han tenido que hacer uso de la fuerza letal. El hecho de que también forman parte de las comunidades de los alrededores del área de conservación implica que a menudo reciben avisos para llevar a cabo operaciones encubiertas con las que sorprenden a los intermediarios más que a los cazadores furtivos.
El área de conservación en la que opera «Akashinga», cerca del popular destino turístico del parque nacional de Mana Pools, es una antigua zona de caza de trofeos, una actividad que solía generar mucho dinero para la comunidad pero que disminuido notablemente debido a la presión global. La idea que está detrás del nuevo proyecto es rellenar el hueco dejado por la caza de trofeos convirtiendo a las «rangers» en sostén de las familias. Mander asegura que el proyecto invierte más del 60 por ciento de sus ganancias en la economía local. Además, su fundación recibe fondos de otras ONG y donantes privados, añade.
Las «rangers» también hacen de amortiguador entre los asentamientos humanos de los que proceden y la reserva, que no está vallada. Desde hace tiempo, el conflicto entre humanos y animales por el terreno y la comida ha sido un problema en muchas partes de África, puesto que los animales invaden los campos de los aldeanos y se comen sus cosechas, mientras que los humanos se vengan de ellos a través de la caza furtiva y el envenenamiento.
«(En una ocasión) encontramos a una leona atrapada en una trampa. Su abdomen estaba atrapado y cuando intenté liberarla se puso tensa», recuerda Thelma Chademana, la directora del proyecto «Akashinga». Las «rangers» anestesiaron a la felina, la curaron y la pusieron de nuevo en libertad.
La mayoría de las «rangers» tienen hijos y son el único sostén familiar. Además ayudan a toda su familia. Primrose, de 22 años, abraza a su hija en una visita a casa frente a la choza de barro en la que vive su familia. En torno a ella, cabras y gallinas escuálidas picotean en la basura. Todas las integrantes del equipo «Akashinga» son ahora veganas por su amor por los animales, una anomalía cultural en un país en el que todo el mundo ama la carne.
Cerca, un grupo de hombres juega un partido de fútbol en el polvo. La primera vez que pidió formar parte de las «rangers», estos hombres se burlaron de ella pero ahora Primrose explica que la respetan.
Las mujeres, que acuden a terapia varias veces al mes para superar sus traumas, están orgullosas de de sus habilidades, sueldos e independencia. «Mi hija está orgullosa de mí», dice Hoto. «Puedo valerme por mí misma.»