Los partidarios del lenguaje no sexista sostienen que la discriminación hacia la mujer y distintas orientaciones sexuales se encuentra codificada en el sistema de lenguas. Es decir, que el género gramatical, responsable de establecer las categorías de masculino y femenino, es en realidad propiciador de conductas machistas y androcéntricas. Si bien sus fundamentos son esencialmente nobles, carecen de empirismo, debido a que concentran la totalidad de sus demandas en una hipótesis infundada que perjudica una morfología independiente.

Es cierto que el lenguaje cambia con el transcurrir del tiempo, sin embargo, lo hace a su propio ritmo. Ejercer presión mediática en su tergiversación no constituye un logro hacia cierta causa, por el contrario, ridiculiza y difumina sus fuentes. En consecuencia, adoptar semejante carga ideológica a nuestra cotidianidad puede desencadenar trastornos idiomáticos que desnaturalicen la libertad del castellano. Prosiguiendo en esa línea, un hispanohablante que emplee el lenguaje inclusivo en su cotidianidad no es un revolucionario; se limita a ser una personificación del desconocimiento lingüístico.

Actualmente, se ignora casi de forma deliberada que los significados surgen durante la interacción social y que estos son posteriormente incorporados a los diccionarios. Es decir, el lenguaje lo crean las personas y no las academias, estas se encargan de validar y recoger palabras o expresiones. Por esa razón, su espontaneidad no debe ser vulnerada. Aquellas imposiciones, coloquialmente denominadas inclusivas, pueden ocasionar resquebrajamientos en el idioma e incluso, irónicamente, terminar discriminando a alguien.

La estructura gramatical asegura que indígenas, invidentes, pobres, discapacitados o en definitiva cualquier ser humano, no sea representado de forma despectiva. Aun así, muchos insisten en distorsionar aquel sistema que nos permite comunicarnos de forma clara y entendible.El castellano es un idioma exquisito. Su composición, morfología, variabilidad y naturaleza evidencian una complejidad única que lo convierten en una de las lenguas más importantes del mundo.

Por este motivo, resulta imprudente perturbar su funcionalidad a causa de una visión modista sobre la inclusión, responsabilizando así, a las lenguas y no a las personas que les puedan dar un uso inapropiado. Mediante el lenguaje, expresamos amor, ira, racismo, odio, piedad y un sinfín de cosas buenas y malas. Sin embargo, son los hablantes y escribientes quienes llevan la responsabilidad de enfocar y dirigir sus discursos. Se le conoce como independencia del lenguaje.

Una aberración lingüística

Deformar nuestro idioma reemplazando la “o” con letras como la “e”, “x” e incluso símbolos como el “@” representa una conducta irrisoria. Lo mismo sucede con aquella animadversión hacia palabras como “hombre” o “todos”, bajo el concepto de que son términos machistas que no incluyen más que al género masculino. Los partidarios de semejantes barbaridades son, en una gran mayoría, personas motivadas ideológicamente, las cuales prefieren modificar de un modo nesciente, contradictorio y caótico su propio idioma, antes que tomarse el tiempo de comprenderlo.

Es nesciente porque el lenguaje obedece a factores que traspasan irrefutablemente la visión sexual. Los simpatizantes de dichas ideas optan por una neutralización e ignoran la relevancia de los artículos que anteceden a las palabras. Es contradictorio, ya que términos como “humanidad” o “persona”, que generalizan mediante un género tipográfico femenino, no propician ningún tipo de indignación. Finalmente, es caótico, debido a la utilización de términos impronunciables e incoherentes en su escritura y su desproporcionalidad e incongruencia gramatical.

Es precisamente la economía del lenguaje la que garantiza que las expresiones sean entendibles desde el primer alcance. Por consiguiente, resulta innecesario implementar una remarcada diferenciación como “todos y todas” o “niños y niñas” en nuestro vocabulario, debido a que ya existen palabras determinadas. El lenguaje no sexista configura una propuesta excesiva y simplista cuyos fundamentos no se enfocan en la raíz de los conflictos. Además, es bulliciosa, pese a que no logra más que agredir constantemente el castellano.

Suponer que los referidos males de la sociedad se proliferan a través del lenguaje evidencia un desconocimiento sobre el contexto idiomático mundial. En ese sentido, resulta adecuado recalcar que idiomas como el turco, chino, japonés o coreano carecen de un género tipográfico y aun así son países que no presentan avances en cuanto a la desigualdad social. Por el contrario, la opinión pública los considera altamente machistasy los estudios cuantitativos allí realizados corroboran dicha idea. Queda claro que, en nombre de la justicia, se realizan actos incongruentes. 

Emplear el lenguaje inclusivo puede parecer inofensivo, sin embargo, actualmente es empleado hasta por autoridades políticas que priorizan una imagen amigable, por encima de la preservación de las lenguas. Incluso, muchos docentes universitarios someten al alumnado a rigurosos criterios ortográficos, los cuales justificadamente disminuyen la calificación de quien agreda los componentes básicos de la gramática. No obstante, al mismo tiempo, festejan efusivamente el uso del lenguaje inclusivo, el cual configura la mayor transgresión lingüística de la actualidad.

Escribe Renatto Luyo*