El intento de vacancia se desinfló y Vizcarra volvió al ruedo junto a gobernadores y alcaldes provinciales de todo el país para decirles, y decirnos, que “se siente realmente, más fuerte que nunca”.
A estas alturas, la soledad del jefe de Estado no es ningún misterio y no hay que ser psicólogo para darnos cuenta que aquella frase no hace sino revelar lo contrario.
La última encuesta de Ipsos muestra que sigue teniendo un increíble respaldo del 57 %, pero no todas las aprobaciones son iguales.
Por más que la realidad suele ser compleja, la comunicación tiende a simplificarla, sacrificando argumentos hasta terminar polarizando los escenarios políticos. Blanco o negro. Buenos contra malos. Y, aunque nuestra clase política en su conjunto sea de color gris rata, Vizcarra sigue siendo visto como el mal menor. Más que por desmérito ajeno que por mérito propio.
Vizcarra sabe, en el fondo, que ganarle en popularidad a personajes como de Edgar Alarcón, procesado por corrupción o vencer en el ajedrez político a alguien de la talla intelectual de Manuel Merino, no es motivo de orgullo.
En un momento Vizcarra fue un referente de gran manejo político. Derrotó al fujiaprismo, dejó que la fiscalía y el poder judicial actúen con histórica independencia y su manejo de la pandemia fue, al inicio, un ejemplo en el mundo.
Esta semana el diputado español, Pablo Casado, al criticar el mal manejo de la crisis en su país, dijo que España estaba a la cola del mundo por su pésima gestión, precisando, por rigor, que “sólo Perú está peor”.
En el fondo, Vizcarra sabe que necesita un cambio a gritos. Un giro radical, uno de esos plot que solía usar muy bien. Pero no sabe cómo. Esta peligrosamente solo. Mirian Morales, la renunciante secretaria general de Palacio, a quien retuvo hasta el final, era su realmente su mano derecha. Ningún ministro tiene la cercanía o confianza que tuvo con ella.
La imagen del miércoles, junto a las autoridades regionales y locales, se parece a aquella con la que comenzó su mandato. Pero la sensación de poder lo afectó, no supo trabajar en equipo y estuvo cerca de ser vacado.
Sin partido, sin vice presidentes, sin bancada y ahora, sin gente de confianza en Palacio, no sería mala idea retomar verdaderos vínculos con los alcaldes, quienes son los que están más cerca de la gente y así comenzar a enfrentar nuestras crisis trabajando verdaderamente en equipo.