Desde hace muchos años, el concepto de “paisaje” ha venido adquiriendo un sinnúmero de definiciones acorde a las interpretaciones expuestas por diferentes pensadores y estudiosos. Disciplinas como la sociología, antropología, geografía, arqueología, arquitectura y arte, por ejemplo, de alguna forma guardan relación (unas más que otras) con el paisaje, y a pesar de los distintos enfoques en los que puedan trabajar, todas parten de una misma idea general: el paisaje es una porción de territorio tangible, que varía en función de quién lo mira y quién lo habita. Esto significa que hay tantas y cuantas definiciones para el mismo elemento. Por ejemplo, para Augustín Berque (1995), es absurdo diferenciar “paisaje natural” de “paisaje cultural”, ya que el primero está sujeto a la interpretación del segundo, estableciendo así, al paisaje como creación humana, como construcción cultural y que por lo tanto no existe paisaje natural, pues para la comprensión y el entendimiento de este, es necesaria la contemplación como primer paso y, por lo tanto, está íntimamente relacionado con la percepción del ser humano.

Fuente: Propia

En el Perú, esta relación cultura-paisaje ha sufrido profundas transformaciones a lo largo de la historia. Un proceso que, lejos de discutir si ha sido más beneficioso o perjudicial para ambas partes, ha jugado un papel fundamental en el desarrollo de la sociedad en la que hoy vivimos. Empezando por las ancestrales culturas prehispánicas, que durante miles de años se vieron en la necesidad de intervenir el paisaje de tal manera que pudieran desarrollar un sistema agrícola eficiente y a la vez mantener una relación de respeto y equilibrio con el medio natural. Contrario a lo que se vivió durante la Conquista Ibérica. La llegada del urbanismo europeo al Nuevo Mundo terminó por sepultar la noción de desarrollo de los antiguos peruanos y dió inicio a la concepción del paisaje como factor de progreso, donde las estrategias de intervención sientan sus bases en el utilitarismo del entorno natural, que siglos después con la aparición del Movimiento Moderno, vendría a convertirse en una relación de explotación-destrucción para lograr una racional utilización del entorno y los espacios de la ciudad (Willey Ludeña, 1997), convirtiendo a la naturaleza en un factor hostil al desarrollo social y económico, principalmente en ciudades de la costa.

Fuente: jardinurbano.pe

Cabe resaltar que en la arquitectura peruana (y latinoamericana en general), el paisaje pasó de ser el elemento que engloba las diferentes tipologías de edificios, donde se tenía que interpretarlo y consecuentemente diseñar arquitectura para el paisaje (hablamos de 500 años para atrás), a ser el elemento ajeno al oficio, donde ahora los esfuerzos se concentran en cómo diseñar paisaje para la arquitectura, una forma de construir “una segunda naturaleza intentando ser la naturaleza primigenia”, en palabras de Ludeña. Tales son los casos de la arquitectura paisajista, o los parques y jardines urbanos, que buscan generar islas naturales en el caos de concreto que representan hoy las ciudades, para no perder del todo, el contacto con lo natural. La generación de nuestros abuelos (y de nuestros padres en menor proporción), fue la última que mantuvo una sincera relación con lo natural, habiendo heredado las habilidades o conocimientos, especialmente, del Reino Vegetal. Hoy en día, los avances tecnológicos terminaron por distanciar a la juventud de dichos conocimientos, al punto de no saber diferenciar, por ejemplo, un árbol de palta de un manzano. Por eso siempre es importante resaltar la necesidad de proyectos de escala metropolitana que apunten a recuperar, en la medida de lo posible, la relación cultura-paisaje que tanto éxito tuvo en el Perú ancestral. Ya sea a través de jardines botánicos, huertos urbanos, museos de historia natural, o incluso instituciones educativas orientadas a impartir este tipo de conocimientos, el tema de fondo consiste en generar conciencia ecológica y en entender que el paisaje forma parte de la cultura, ya que además de ser la variante base para la supervivencia de nuestra especie, contiene también los restos y vestigios de nuestra civilización, y eso lo convierte en un patrimonio que debe ser cuidado y respetado.

Algo que hace casi 150 años, Alexander von Humboldt entendió y lo eternizó en su libro “Cosmos: ensayo de una descripción física del mundo”:

“El simple contacto del hombre con la naturaleza, esta influencia del gran ambiente, o del aire libre, como dicen otras lenguas con mas bella expresión, ejercen un poder tranquilo, endulzan el dolor, y calman las pasiones cuando el alma se siente íntimamente agitada.”