Que dos poderes del Estado, en un momento de guerra, estén enfrentados, no solo es irresponsable, sino siniestro. Para nadie es una exageración que la gestión de Martín Vizcarra es una de las peores: dos años y tres meses al frente del gobierno han sido suficientes para entender que la inoperancia, la incompetencia y la frivolidad han sido las características de un gobierno que generó mucha expectativa con un discurso anticorrupción que llevó al banquillo, y puso tras las rejas, a magistrados, empresarios y políticos que hicieron de la impunidad su pan de cada día. Sin embargo, cuando esa bandera se parcializa y se reafirma en la frase “para mis enemigos, la ley”, el totalitarismo y la manipulación se tornan un peligro contra la democracia. Por citar un ejemplo: todos hemos visto a Keiko Fujimori siendo trasladada a prisión con chaleco de detenida y custodiada por decenas de policías, aquello que también debió suceder con Susana Villarán no se dio. A la ex alcaldesa la vimos salir como quien va a una reunión con traje de civil, sin el chaleco de detenida. Nos guste o no, la justicia debe aplicarse con la misma severidad a todos. Ahora, ambas están libres. No obstante, Vizcarra ha ido error tras error, desconfigurando su gobierno y ubicándolo como uno de los más incapaces. Basta mirar las cifras de contagiados por la pandemia y los miles de muertos para entender que él y su gabinete no están a la altura de administrar la crisis. Que en más de cien días no hayan logrado bajar la famosa curva y alcanzar la tan mencionada meseta, los afirma como incompetentes, y no me digan que el virus es una amenaza inédita y que el mundo entero no sabe aún cómo responder porque es falso. China, Italia, España, Ecuador, son países que han ido recuperándose porque supieron entender que la única forma de enfrentarlo es uniendo esfuerzos, no generando divisiones o continuando a orejas cerradas con una terquedad propia de quienes poco o nada les importa el interés nacional. Hace rato que los peruanos exigimos cambios en el gabinete, hace rato que Vicente Zeballos, María Antonieta Alva y Víctor Zamora llegaron a su nivel de incompetencia. Sostenerlos es además de grave, un insulto contra la vida de nuestros connacionales.


Lo mismo el parlamento: cuando asistimos a la convocatoria de elecciones y la población le dio una lección a los partidos tradicionales votando por el FREPAP, por las propuestas efectistas de los seguidores de Antauro Humala y Daniel Urresti, y por una organización como Acción Popular que todavía tiene el mérito de tener entre sus correligionarios al presidente de los gobernadores regionales y de haber puesto al alcalde de Lima; imaginamos que al fin, aunque variopinto, aquella representación cumpliría con su rol de transición, para alcanzar un bicentenario con la institución limpia de fujimoristas y malos apristas. No fue así. Este congreso tiene las mismas características de los congresos anteriores, con el agravante que ahora, con la amenaza de la pandemia, están utilizándolo como trampolín para futuras postulaciones. No les importa fiscalizar para que el ejecutivo sea efectivo en su lucha contra el COVID-19, no les importa defender el interés nacional del abuso de las AFPs, no les importa concluir la reforma electoral o sentar las bases para el debate sobre la reforma política. Eso no les importa. Les importa el personalismo, la visualización, el protagonismo para ser mañana candidatos: sucede con Chehade, con Urresti, con Merino de Lama. En un primer round fue vergonzosa la no aprobación del levantamiento de la inmunidad parlamentaria, en un segundo ha sido para la infamia su levantamiento con el agregado de su eliminación al presidente y los ministros.


Es de mentalidades chatas y mediocres pensar que con esto ha ganado el pueblo. Martín Vizcarra no tenía por qué salir a enmendarle la plana al congreso de la república y el congreso de la república no tenía por qué jaquear al presidente. Este no es un tiempo para la beligerancia política entre ambos poderes. El presidente de la república debió dialogar con la comisión de constitución, no salir frente a cámaras con ese discurso populista cuya única pretensión ha sido desviar la atención de su pésimo manejo de la pandemia. En lugar de concertar, eligió golpear, prefirió pechar para retornar a la investidura de quien “defiende al pueblo de un parlamento que otra vez le da espalda”. No, señor Vizcarra, este es otro momento, ahora, después de la pésima administración de Reactiva, de los bonos fantasmas, de la indolencia de Zamora, de su protección a Zeballos, del “acuerdo” con las clínicas, de su pánico para frenar la especulación y los precios de los medicamentos, no le creemos. Y tampoco le creemos a este congreso de oportunistas y rapaces que lo único que ha hecho es dinamitar al caballazo un debate que debió tener otro desenlace. Ojalá y, ahora sí, a Vizcarra le tiemble la mano para no apelar a un contragolpe que nos sacaría de la esfera democrática. Con aciertos y desaciertos, hemos logrado sostener, durante casi veinte años, un sistema que por responsabilidad histórica debemos defender si pretendemos fortalecer la libertad.


Durante la guerra con Chile, señalaba Manuel González Prada, el Perú perdió porque estábamos enfrentados entre nosotros. Hoy sobrevivimos a otra guerra: Que el enfrentamiento entre el ejecutivo y el legislativo no termine de aniquilar a los miles en peruanos que en este momento hacen cola por un balón de oxígeno o por una cama en UCI. Si hay algo que debe preocupar al poder político es unir esfuerzos para derrotar la amenaza invisible. Lleguemos de pie al bicentenario, habrá tiempo para el enfrentamiento político, preocupémonos por la transición democrática y porque nuestra oposición sea una oposición propositiva y dispuesta a intervenir en la reconstrucción. No sea sordo, Sr. Vizcarra; no sea irresponsable, Sr. Merino.