Para muchos, Pablo Picasso fue un artista sumamente talentoso. Otros, en cambio, no encuentran ni perciben elementos extraordinarios que evidencien la complejidad en la técnica de sus obras. La controversia y el debate entre los críticos del arte moderno y sus admiradores parecen no tener fin. Lo cierto es que su trascendencia lo posiciona como uno de los pintores más famosos del mundo, debido, entre otras cosas, a su singular personalidad e intrépida relación con el cubismo.

No obstante, Pablo se conocía mejor que nadie. Hoy, su palabra y autopercepción obligatoriamente deben ser tomadas en cuenta para redireccionar la visión artística que de él se tenga. ¿Qué opinaba, entonces, Picasso de sí mismo? ¿Cómo valoraba Pablo el arte de Picasso? Ephraim Kishon, un reconocido crítico de arte, incluyó en su libro “Picasso no era un Charlatán” el testamento intelectual del pintor. Es así, que el mismísimo artista toma la palabra.

“Dado que el arte ya no es el alimento de los mejores, puede usar el artista su talento para aplicarlo a todos los cambios y caprichos de su fantasía. Esto abre a su charlatanería todos los caminos. La población en general ya no encuentra ni solaz ni elevamiento en el arte. Pero los engreídos, los ricos, los inútiles y todos aquellos que quieren llamar la atención sobre sí mismos, encuentran en el arte lo extraño, lo original, lo excéntrico y lo chocante.”

“Yo mismo complací a mis críticos con incontables bromas que ideé y que admiraron tanto más cuanto menos las entendieron. Hoy en día no soy solamente famoso sino también rico. Pero cuando me encuentro a solas conmigo mismo, no puedo considerarme un artista en el sentido sublime de la expresión. Grandes pintores fueron Giotto, Ticiano, Rembrandt y Goya. Yo soy solamente un payaso que entendió a su tiempo y supo sacar ventaja de la estupidez, lascivia y vanidad de sus conciudadanos.»

El artista nunca desdijo aquellas declaraciones, pese a que vivió 21 años más luego de su publicación. En consecuencia, hoy sus críticos celebran la sinceridad de sus expresiones, pues coinciden con los incisivos argumentos que desestiman las ideas relativistas sobre la belleza en el arte. Por el contrario, aquellos que idolatran las obras de Picasso yacen incómodos en el asiento, pasan un poco de saliva y empiezan a cuestionar, aunque de forma tímida, su noción sobre la pintura. O al menos deberían.

Las palabras de Picasso son tan interesantes como discretas, ya que poco o nada se habla de su existencia. Por supuesto, exhibirlas configura una conducta irritante para quienes reivindican la majestuosidad de lo conceptual, abstracto e inconexo. Es cierto que una sola voz no determina la veracidad de todo un sistema artístico desenfocado, sin embargo, resulta curioso y hasta irónico que, quien tal vez sea su mayor referente, admita lo que para ellos es inadmisible.

Escribe Renatto Luyo*