Miguel José Flores tiene más de veinte años de experiencia como fotógrafo. Disonante con sus colegas y con una personalidad que se podría considerar como la antítesis de lo que se espera de alguien de su profesión, deja que su cámara haga el arte por su cuenta.
Siempre hay niños que, curiosos y creativos, retratan momentos haciendo un gesto con las manos, como si tuvieran entre ellas una cámara similar a la de un profesional. Miguel José Flores era ese niño, quien, como muchos, guarda el recuerdo vivo de una infancia emocionante por canjear con las chapas de Inca Kola su primer motor en la travesía al mundo detrás del lente: una cámara Kodak.

Luego de dejar abruptamente la carrera de Derecho, dio un giro de 180 grados para matricularse en la carrera de Comunicaciones en la Universidad de Lima. Tuvo la oportunidad de llevar Fotografía Periodística con el gran fotógrafo Jaime Rázuri, quien le dio la oportunidad de hacer sus primeros pininos fotoperiodísticos en El Comercio y La República. «Ese momento fue un punto de inflexión para decidirme completamente por la fotografía».
Durante la travesía que implicaba el fotoperiodismo, empezó a interesarse instintivamente por la fotografía en estudio. Se inscribió en un curso de fotografía dictado por Efraín Salas en el instituto Toulouse Lautrec. Posterior a ello, cuando la revista argentina Para ti llegó a Perú, se le presentó la oportunidad de integrar el staff. «Ese fue mi punto de partida en la fotografía de moda. Desde ahí, sentí que estaba en lo mío». Tanto le fascinó el arte de la cámara, que decidió irse a Argentina a estudiar una maestría por un tiempo.

Al volver a Perú, el reflejo de su verdadera vocación se veía cada vez más nítido. Incursionó en la fotografía dentro del mundo del freelance, junto con su gran amigo y colega José Manuel Argüelles. Esa experiencia aún la recuerda con especial cariño, pues, aunque la paga no fue tan buena, celebraron eufóricos la llegada de su primer cliente. «Marcó un gran hito en nuestra carrera», recuerda.
Actualmente es un fotógrafo de renombre. Dentro de todo lo que ello implica, considera que nunca buscó tener un estilo propio, y que, si lo tiene, tampoco le toma mucha importancia. En cuanto a la estética, afirma que se relaciona con los momentos, emociones y experiencias que ha tenido que atravesar. Pero que la simpleza de Juergen Teller, las excentricidades de David La Chapelle, o la elegancia de Irving Penn, son algo que logra atraparlo por completo.

Por otro lado, junto con su pareja, la fotógrafa portuguesa Cinda Miranda, fundó Fotográfica Films, un proyecto que busca entrelazar la parte artística, experimental y documental de la fotografía por parte de su socia, y el lado de Miguel José, que va más por lo comercial de la publicidad y la moda.
Independientemente de con quién o para quién trabaje, busca que el proyecto fotográfico o audiovisual le guste a él primero para que este llegue a su punto máximo, en algo que él denomina momento glorioso. «Cuando logro eso, se produce algo mágico, pues, en vez de ver el resultado, llego a sentirlo».

En cuanto al futuro, uno de sus proyectos se ha vuelto realidad. Se llama Remote Model Book, un servicio de fotografía y dirección de arte & styling a distancia. Gracias a este, ha logrado tener la oportunidad de publicar e imprimir sus créditos en revistas de moda de todo el mundo.
Finalmente, este fotógrafo de cuna ha demostrado que, cuando se está destinado a una vocación, sea la ruta que tomes, la vida siempre te vuelve a poner en el camino correcto. Y siempre busca demostrar, a través del arte de la cámara, lo que es su verdadera pasión. Asimismo, invita a quienes quieren embarcarse en la fotografía a que no se rindan jamás. Y que, aunque les cierren mil puertas, «solo queda insistir, insistir e insistir».

Escribe: Daniella Ravelo Subauste