
En el Perú, ser pobre es ser criminal. Por la genealogía de nuestra biopolítica: En la colonia y en la república. Un “pobre” fue y es aquel que según el Banco Mundial ha caído en “ una condición en la cual… tiene un nivel de bienestar inferior al mínimo necesario para la sobrevivencia”. Entre nosotros, un “pobre criminal” debe su posición social a razones tanto históricas y coyunturales, como estructurales y superestructurales. Más en concreto, un “pobre criminal epidémico” debe su condición de tal a sus oficios de informal y de emprendedor con puerta adentro o puerta afuera en este tiempo de confinamiento social. La pobreza irresuelta de los últimos treinta años y aún la de más antes se resignifica en una de las caricaturas más famosas de esta coyuntura: Los custodios del orden, soldados y policías, golpean con sus cachiporras de reglamento a unos vendedores ambulantes. Un custodio atrapa por el cuello a un vendedor y le vocifera la pregunta que no es tal: “¿Qué hacen en la calle? ¡Estamos en cuarentena!”, y el vendedor maniatado con un hilo de voz y de vida le exhala la respuesta que sí es tal: “Tenemos hambre”.
Nuestro pobre criminal epidémico es el emprendedor, formal o informal, devenido en ángel caído. No siempre estuvo por debajo de lo “socialmente correcto”, sino que, más bien por el contrario: Ahí están las utopías del camino peruano hacia la modernidad y del capitalismo popular que vieron en el pequeño y hasta en el muy pequeño comerciante a un sujeto histórico y hasta a un redentor. Como antaño, también hoy por necesidad: Nuestro pobre convertido en criminal es movido por un impulso de sobrevivencia al parecer irrefrenable que lo hace acometer acciones “indebidas y reprensibles” para el género biopoder, que tiene como actuales especies nacionales a la dictadura médica y a la corrupción médica.
Michel Foucault asumiría que nuestro pobre criminal epidémico es un dispositivo fatal sobre el que han de recaer ciertos mecanismos correctivos: “[se trata de] una técnica disciplinaria, centrada en el cuerpo, que produce efectos individualizantes y manipula al cuerpo como foco de fuerzas que deben hacerse útiles y dóciles”, “[el empleo del tiempo] rápidamente se difundió. Sus tres grandes procedimientos -establecer ritmos, obligar a ocupaciones determinadas, regular los ciclos de repetición- coincidieron muy pronto en los colegios, los talleres y los hospitales”, “a cada individuo su lugar; y en cada emplazamiento un individuo. Evitar las distribuciones por grupos; descomponer las implantaciones colectivas”. Los mecanismos estatales implementados en la calle han rayado la crueldad: En verdad, por la subjetivación propia de este vendedor urbano y gregario, el confinamiento social y hasta el distanciamiento social deben hacerle sentir oprimido por una “ciudad cerrada”.

La gubernamentalidad de la epidemia ha incrementado la supuesta naturaleza defectiva del pobre, hasta el límite de las degradaciones biológica y psicológica. No exagero. La mayor eficiencia del estado de emergencia y de su discurso dictatorial médico es haber producido un estado de necesidad al extremo del hambre y un estado de abuso al extremo de la agresión física: He ahí las imágenes de una anciana valiente que no recibió el bono estatal pero que se transfiguró en vendedora ambulante para que sus nietos tuvieran que comer; y de un capitán cobarde apellidado Cueva que sí recibió sueldo estatal pero que se demonizó como el leviatán para golpear y “perdonar la vida” a un mozalbete devenido en pobre.
Peor aún. Esta gubernamentalidad tiene en la necropolítica al mecanismo para hacer que el pobre muera de coronavirus por ser pobre. La dictadura médica raya el totalitarismo por su capacidad de determinar entre el pobre que vive y el pobre que muere. Veamos la siguiente forma de segregación social: La discriminación por la edad del paciente para recibir o no recibir atención médica, y por tanto dejarlo morir, es una segregación motivada únicamente por ser paciente pobre, pues semejante tanatología es propia únicamente del hospital público y no de la clínica privada. Es decir que, la relación epidémica última y postrera entre el biopoder y el pobre consistiría en lo siguiente: Por teoría, cuando el pobre está vivo pero sano de coronavirus el poder lo excluye incluyéndolo; pero, por práctica, cuando el pobre está vivo pero enfermo de coronavirus el poder lo incluye excluyéndolo por la mitad, y cuando el cuerpo del pobre yace muerto por coronavirus el poder lo excluye completamente.
El pobre criminal epidémico es la construcción del otro peruano. El antecedente narrativo del pobre como la otredad incluye a nuestro propio Diccionario de la lengua española, de la Real Academia, pues lo define con adjetivos: “Necesitado… Escaso, insuficiente… Humilde, de poco valor o entidad… Infeliz, desdichado y triste… Pacífico, quieto… Corto de ánimo y espíritu…”. Foucaultiamante, la criminalización epidémica del pobre es absoluta: En la vida y en la muerte.
JUAN ANTONIO BAZÁN
Juan Antonio Bazán (Pacasmayo, 16 de octubre de 1970). Abogado y analista político. Profesor asociado de la Escuela Profesional de Ciencia Política de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. En dicha universidad dicta los cursos de teoría política, análisis político comparado y análisis político de coyuntura. Ha realizado algunos estudios de posgrado: Doctorado en Derecho y Ciencia Política, Doctorado en Ciencias Sociales – Mención en Sociología, Doctorado en Filosofía, Maestría en Sociología – Mención en Estudios Políticos y Maestría en Escritura Creativa; y de pregrado: Derecho y Ciencia Política, Filosofía, y Educación – Mención en Ciencias Sociales. Se define como un tránsfuga que mantiene militancias vigentes en la derecha política, en el liberalismo económico y en la izquierda cultural.