La arquitectura construye la realidad, es el resultado de varias respuestas integradas al entorno. Esta premisa la comprende Javier Artadi, quién en su obra, reflexiona sobre el éxito social de la arquitectura y el concepto del silencio en el diseño.
Desde muy niño, Artadi estuvo expuesto a la fantasía, aprendió a tocar el piano solo y en esa exploración encontró las bases para aprehender el arte. Siempre supo que estudiaría arquitectura, cursó el taller de diseño del mítico Juvenal Baracco. “Juvenal no te enseña arquitectura, te enseña a ser arquitecto”. La lectura formó un proceso básico durante ese tiempo, con la cual desarrolló una metodología propia frente a la carrera. “Leer es saber cómo otros han pensado y todo eso modula la creación”, dice alegando que no existe epifanía sin un proceso intelectual consciente.
Al graduarse en 1985, se juntó con otros grandes arquitectos de su generación para formar Arquideas, una oficina para proyectos y concursos públicos. Junto a Jean Pierre Crousse, Juan Carlos Doblado, José Orrego crearon una atmósfera para traspasar las fronteras profesionales, llegando a tener un programa radial que buscó comprometer a la sociedad en una mejor producción arquitectónica.
El racionalismo conceptual, que deriva de un concepto abstracto, materializándose luego con una tendencia reductiva, es la denominación que Artadi le da a su arquitectura. Un proyecto muy simple debe funcionar globalmente, haciendo felices a familias, mejorando el ánimo de las personas en un espacio público, y contribuyendo con la ecología. “Conseguir con la menor cantidad de materia el mayor impacto humano, es la mayor satisfacción que yo puedo sentir”.
Sus propuestas armonizan e integran el paisaje. En Club House Cerro Colorado revela la presencia del hombre en la naturaleza: mediante una estructura abstracta evidencia la intervención humana geométrica frente a lo orgánico. En este proyecto queda manifestado el muro tarrajeado como lenguaje simbólico de la tradición constructiva peruana, por las condiciones climáticas únicas costeras. “Nadie como el constructor peruano para tarrajear una pared y dejarla perfecta”.
La idea sobre lo imprevisto es un lugar común en sus proyectos. “Nos comportamos mucho más allá del uso establecido”. En la Alameda Chabuca Granda, los visitantes experimentan nuevas interacciones con el mobiliario urbano, permitiendo que la arquitectura se potencie. Explica que “existen muchos usos que no concebimos porque no existe la materia dispuesta y diseñada para hacerlo”, y un arquitecto es un incitador de esas exploraciones.
El Proyecto Bicentenario es el más relevante que ha desarrollado la oficina durante la pandemia. Esta propuesta consta del ensamble de dos edificios, Zepita y San Luis, ubicados en pleno centro histórico de Lima, en una manzana al final de la avenida Garcilaso de la Vega. “Ante un edificio histórico uno se detiene para encontrar su valor integral en el diseño”, explica, manifestando que la lógica del edificio reside en entender la verticalidad y el trabajo de frisos preexistentes para proponer la escala y ajustarse al concepto del silencio. “Siempre recomiendo la actitud del silencio: pensar primero en los demás y luego en nosotros”. El silencio abraza la preexistencia y la reinterpreta, de esta manera, mediante la reapertura de una fachada y la creación de una plaza se enfatiza el valor peatonal. Estos esfuerzos vinculan el diseño al patrimonio, evocando la memoria modernista del lugar, reflejados en la proximidad al Edificio Ferrand o la arquitectura de Enrique Seoane. La esencialidad con la que Artadi diseña lo convierte en uno de los exponentes más prestigiosos de la actualidad. La síntesis de su trabajo se compendia en lo siguiente: “Si con menos logro más, ¿acaso no es más interesante?”.
Escribe: Emmanuel Montero (@emmaaaanuel)