Con siete largometrajes en su haber y conocido por desarrollar nuevas capacidades narrativas cinematográficas con su teoría llamada «esculpir en el tiempo», el ruso se ha ganado la medalla de cineasta de autor, cuyo trabajo sigue vigente como acto de homenaje en la filmografía de muchos directores contemporáneos. Su dedicación y amor por las imágenes hicieron de él un poeta del cine en un mundo imperfecto.

Sus obras se presentan como piezas que concebían el mundo interior de los protagonistas, para él el corazón de sus filmes estaba ahí, y no en los giros argumentales, o externos a ellos. Su visión como creador se reflejan a través de planos largos y lentos movimientos que exploran la naturaleza y la mente, así como la vida y la muerte; no por nada es el rey de los planos secuencias.

Primeras cintas

Nació el 4 de abril de 1932 en el distrito de Yúrievets (región de Ivanovo), Unión Soviética (que ahora es Rusia). Fue hijo de María Ivánovna y Arseni Tarkovski, este último reconocido como uno de los poetas más destacados en Rusia. Desde muy joven, estuvo inmerso en el mundo de las artes; estudió música, pintura y escultura. Más tarde, durante su estadía en Siberia, mientras aprendía lenguas orientales, descubrió su pasión por el cine. A su regreso, decide estudiar en la prestigiosa Escuela de Cine VIGK (Instituto Estatal de Cinematografía). En este instituto realizó dos cortometrajes, una adaptación del relato de Ernest Hemingway “Los asesinos”, y “La aplanadora y el violín”, cuyo último trabajo le sirvió para graduarse. Ya con 30 años filma su primera ópera prima “La infancia de Iván” en 1962.

Sello de un inigualable

En su primer filme, nos cuenta la vida de un joven que se dedica a ser un espía en tiempos de guerra. Filmada en blanco y negro, en este trabajo se muestra las señales de su director al filmar escenas largas y simbólicas. Una travesía que habla sobre la pérdida de la niñez. Esta cinta fue acreedora del León de Oro en el Festival de Cine de Venecia.

En 1966, bajo la vigilancia estricta de la Unión Soviética estrena su siguiente película “Andréi Rublev”, pese a sus casi tres horas de metraje, ya mostraba señales de un cine fuera de los cánones de entretenimiento, y supuso dar paso a una mirada del séptimo arte más contemplativo y reflexivo. En 1972, en medio de la presión que ejercían las autoridades soviéticas, lanza Solaris. Esta alcanzó un reconocimiento en todo el país soviético; a pesar de su éxito, no faltaron aquellos críticos que, en plena Guerra Fría, la compararon como la respuesta ante el filme estadounidense “2001: Odisea en el espacio” de Stanley Kubrick. Sin embargo, su trabajo se alejaba del tono del género de la ciencia ficción. Aquí, su propósito era que el espectador enfocará más su atención en la psicología de los personajes y no tanto en los efectos especiales.

En 1975 estrena el “El espejo”, considerada por la crítica su obra más personal, en este filme, imbuido por los poemas japoneses “haikus” del siglo XVII, logra construir atmósferas de ensueño, cuyas imágenes fueron más contemplativas que sus anteriores trabajos, además del uso de una narración atemporal; hicieron que, gracias a estos elementos mencionados, se ganara el apelativo de “poeta en el cine”.

Su trabajo más problemático y, a la vez, el que marcó su última participación en Rusia fue con «Stalker» en 1979. La filmación fue un tormento para todo el equipo de rodaje, donde se llegó a perder la mitad del metraje por un problema del revelado; sin embargo, eso no dejó que se diera por vencido. Este relato audiovisual está lleno de pasajes de las obras poéticas de su padre. En una de las escenas, el stalker, apoyando el peso de su cuerpo en los muros y con cuerda en mano, mientras camina y mira con cierto cuidado donde pisa se escucha el poema recitado de Arseni «…la dureza y la fuerza son satélites de la muerte. La flexibilidad y la debilidad expresan la lozanía de la existencia. Por eso, no vence lo que se ha endurecido». Este ejemplo, al igual que otro de larga duración conocido como “la escena del sueño”, nos presenta sus virtudes como el gran realizador que es. Con una precisión y serenidad, marca un estilo al grabar con la cámara movimientos lentos y parsimoniosos el viaje místico y filosófico de sus tres protagonistas.

Debido a las constantes amenazas de las autoridades soviéticas por hacer un cine que se alejaba del carácter propagandista patriótico, tuvo que abandonar el país. Sus dos últimas obras cinematográficas fueron “Nostalgia” y “Sacrificio” en 1983 y 1986, respectivamente. La primera la rodó en Italia, y contó con el apoyo de la Radiotelevisión Italiana y tuvo como guionista a Tonino Guerra, responsable de la escritura de Amarcord, dirigido por Federico Fellini.

En Nostalgia, a través del personaje principal Andrei Gorchakov, refleja los sentimientos de añoranza hacia su patria y la familia. En la escena de la piscina, el poeta debe cruzarla sosteniendo en sus manos una vela encendida, pero sin dejar que esta se apague. Con casi nueve minutos sin corte alguno, filma uno de los planos secuencias más largos y hermosos de su carrera. Como un poeta de la cinematografía, captura el ritmo narrativo en el encuadre, y registra la agitación del protagonista que en dos ocasiones falla cuando esta se apaga y deba regresar al punto de partida. Durante la filmación, a su hijo le negaron el visado, esto supuso un peso enorme en su siguiente filme.

En Suecia el cineasta, sin la presión de la Unión Soviética, es completamente libre de seguir haciendo un cine más personal, aquí eleva los elementos que lo hicieron un grande en el séptimo arte, como aquella escena donde Alexander quema su casa. Filmarla le costó un enorme sacrificio de tiempo y dedicación, porque no solo se tomó en cuenta la movilidad de los actores mientras ardía como telón de fondo la casona, sino que durante la filmación la cámara falló y tuvo que rodarla de nuevo dos semanas después. Tiempo después, su esfuerzo por capturar esta escena hipnótica quedaría inmortalizada como pequeño homenaje en Blade Runner 2049, bajo la dirección de Denis Villeneuve.

Tarkovsky inmortalizado en otros directores

Falleció en 1986, meses después de concluir “Sacrifico”; y un año antes había lanzado el libro que explicaba su teoría cinematográfica “Esculpir el tiempo”; sin embargo, su memoria se resiste a morir gracias a un séquito de directores que en sus filmografías aplicaron las técnicas del maestro, y en otras hasta le rindieron un tributo a través de escenas que recuerdan sus trabajos.

En la cinta de “El renacido” del director mexicano Alejandro González, una aventura protagonizada por Leonardo DiCaprio, se puede observar muchas referencias a La infancia de Iván. El mismo Iñárritu declaró ser admirador del trabajo del ruso. Siguiendo en el país tricolor, Carlos Reygadas, con su filme “Japón”, muestra la importancia de la naturaleza tal como lo hacía el artista de Rusia, además el mexicano lo consideró como su principal influencia y que, gracias a él, supo redefinir su estilo. Otro director que también tiene lo tiene entre sus autores más influyentes es Michael Haneke, el cineasta austriaco en “Funny Games” revela esa influencia tarkovskiana a través de planos de larga duración, con el objetivo de capturar las emociones de los personajes tal como lo hacía “el escultor del tiempo”.

De Rusia tenemos al cineasta Aleksandr Sokurov “considerado por el propio Tarkovsky como su sucesor”, Sokurov a través de su cinta “Mother and Son” le rinde un tributo, en este filme se puede apreciar una clara influencia hacia la cinta “El espejo”. Sin embargo, su más grande admirador es el controvertido cineasta danés Lars Von Trier. En una entrevista dada para el documental de B&O «What moves you?», contó que su admiración nació precisamente con la cinta “El espejo” cuando era estudiante en la Escuela de Cine. En 2009, sorprendió en el Festival de Cannes con su película “Anticristo”, cinta que inmortalizó el legado del poeta del cine.

Escribe: Miguel Domínguez.