La paupérrima economía soviética y la floreciente Berlín occidental hicieron que hasta el año 1961 casi 3 millones de personas dejaran atrás la Alemania Oriental para adentrarse en el sistema capitalista.
La RDA República Democrática Alemana comenzó a darse cuenta de la pérdida de población que sufría y, la noche del 12 de agosto de 1961, decidió levantar un muro provisional y cerrar 69 puntos de control, dejando abiertos tan solo 12.

Durante la mañana siguiente, se colocó una alambrada provisional de 155 kilómetros que separaba las dos partes de Berlín. Los medios de transporte se vieron interrumpidos y ninguno podía cruzar de una parte a otra.
Los próximos días, comenzaría la construcción de un muro de ladrillo y las personas cuyas casas estaban en la línea de construcción fueron desalojadas. Con el paso de los años, hubo muchos intentos de escape, algunos con éxito, de forma que el muro fue ampliándose hasta límites insospechados para aumentar la seguridad.
El mítico Muro de Berlín se convirtió en una pared de hormigón de entre 3,5 y 4 metros de altura, con un interior formado por cables de acero para aumentar su resistencia. En la parte superior se colocó una superficie semiesférica para que nadie pudiera agarrarse a ella.

En paralelo, se creó la llamada «franja de la muerte», formada por un foso, una alambrada, una carretera por la que circulaban constantemente vehículos militares, sistemas de alarma, armas automáticas, torres de vigilancia y patrullas acompañadas por perros las 24 horas del día.
Tratar de escapar significaba un alarmante peligro para la integridad de las personas. Aun así, fueron muchos los que lo intentaron. En 1975, 43 kilómetros del muro estaban acompañados de las medidas de seguridad de la franja de la muerte, y el resto se encontraba protegido por vallas.