Cuando pensamos en ballet, probablemente imaginemos esbeltas bailarinas que, al son de la música clásica, giran sobre la punta de sus pies como manecillas de reloj y mueven los brazos imitando el vuelo de un ave. ¿Pero qué hay del lado masculino de este arte?

Hoy son cada vez más los varones que deciden ponerse las zapatillas de punta para demostrarnos su talento y destreza física sobre el escenario. “Sin hombres no habría ballet”, dice Francisco Chávez, uno de los alumnos de la Escuela Nacional Superior de Ballet (ENSB) mientras realiza sus ejercicios de calentamiento frente a un espejo. Asegura que su labor es crucial, pues son el complemento de las bailarinas, a quienes tienen que elevar en diversas coreografías.

Foto: Joaquín Cruzado

Esta danza llegó de casualidad a su vida. Comenzó a practicarlo desde los 19 años, hoy tiene 24, y pese a la sorpresa de sus conocidos, decidió hacer oídos sordos a algunos comentarios para perseguir sus sueños. “Salí del colegio y estudié actuación, pero quería algo más… Algo lleno de movimiento. Conocí al ballet porque unos amigos hacían unos cursos de danza moderna. Fue difícil, pero no imposible. Ahora es mi terapia”, afirma el bailarín segundos antes de realizar un glissade (deslizamiento). Lo ayuda mantener una alineación, un orden, pero, sobre todo, le brinda un “mantenimiento” a su cuerpo.

Foto: Joaquín Cruzado

Al verlo practicar diversos pasos bajo el lente de Joaquín, fotógrafo encargado, los nervios nos inundaban. Temíamos que pudiesen sufrir alguna lesión. Grave error, ya que los danzantes están entrenados para estándares muy altos. Esto lo sabe muy bien Daniel Taboada, otro estudiante de la escuela, quien asevera que para ser bailarín profesional de ballet se necesita disciplina pero, sobre todo, muchísima personalidad. “Cuando decides aprender esta danza, debes estar seguro de ti mismo, pues siempre habrán críticas. Lo cual podría generar que abandones”, manifiesta el joven de 25 años que también comparte sus técnicas con otros chicos a través de Internet. 

Al posar nuestros ojos sobre ellos, nos embarga la sensación de estar frente a príncipes sacados de algún cuento de hadas. Elegancia, firmeza y una presencia imponente son algunas de las características de estos mozos artistas. Aunque no lo crea, querido lector, si un varón es seducido por esta elegante danza no es necesario que sepa bailar; contrario de lo que ocurre con las mujeres. Sólo requiere de fuerza, elasticidad y la certeza de querer practicarlo.

Foto: Joaquín Cruzado

“No sabía bailar, pero una instructora me comentó que tenía potencial para el ballet, así que decidí practicarlo pese a que mi familia se opuso desde un primer momento. Después de las múltiples caídas que tuve (físicas y emocionales), hoy es parte de mi vida”, indica Alexander Obispo (22), compañero de Francisco y Daniel.  Su caso es curioso. Practicaba fútbol a morir y cuando culminó sus estudios escolares iba a enlistarse en la Marina de Guerra del Perú. Sin embargo, el destino se interpuso y sus planes a futuro cambiaron rotundamente. “Iba a entrar obligado a la Marina: no estaba de acuerdo. Mis papás me decían que eso era beneficioso para mí, pero les di un no rotundo. Busqué información sobre la escuela por mi cuenta y postulé. La danza contemporánea ya me había conquistado. Mi papá estuvo en desacuerdo inicialmente, pero hoy es mi más grande fan”, rememora el menor del trío de bailarines.

La firmeza al tomar decisiones es una de las características que tienen muchos de los varones que aprenden ballet o contemporáneo, algo que llena de orgullo a Gina Natteri, directora de la ENSB. “Ellos están dejando el prejuicio de lado. Y, en muchos casos, también lo estudian para mejorar sus propias condiciones físicas en diferentes ritmos, sobre todo los urbanos, pues es una danza formativa”, detalla la maestra.

En un mundo donde reinan los prejuicios sociales, los bailarines de ballet se plantan para luchar. ¿Sus mejores armas? Perseverancia, fuerza, seguridad y valentía.

Escribe: Kenyi Coba