Con el próximo retorno a clases, virtuales por supuesto, quiero preparar mucho mejor el contenido educativo. No obstante, como seguimos sumergidos bajo esta crisis sanitaria, las clases serán,  a todas luces, mi mayor contacto social, por lo que decidí animarme a cuidar más el “estilismo” de mis sesiones.

Aunque no es exactamente el mismo formato, no puedo evitar recordar una entrevista para TV que hice hace años. Lo primero que me advirtieron fue que no usara blusas con rayas azules o verdes porque tenían background digital y entraría en conflicto con lo que se proyectase a mis espaldas. En base a eso, me pregunto si habrán estampados o colores que funcionen mejor que otros durante las videoconferencias.

Lo maravilloso y no tanto de esta herramienta digital es que podemos observarnos al mismo tiempo en que miramos a los demás. Esa, tal vez sea una de las razones por lo que igual, nos agota. Busqué capturas de pantallas de algunas clases y la verdad es que no estaban tan mal, incluyendo una blusa a rayas que vestí. Ojo, también influye mucho el fondo como enmarque y  la iluminación.

Las recomendaciones que encontré, tanto en internet como preguntando entre amigas, son tan generales como variadas, pero una pieza persiste. Tiene casi 5000 años entre nosotros: la camisa blanca. La más antigua de la que se tiene noticia es egipcia, de lino y su estilo es tan moderno que podríamos salir a la calle con ella. Aunque fue descubierta en 1903, no se valorizó hasta 1977, al ser encontrada como trapo en una caja junto con otros “tesoros”.

Esta pieza funciona tan bien en hombres y mujeres, compartiendo códigos de elegancia, limpieza, riqueza, honestidad y ganas de trabajar, sobre todo si se lleva con los puños remangados. Ha contado con sus propulsores a través de los tiempos, como el Bello George Brumell , el primer Dandy inglés de la época de la Regencia (1778 –1840). Vivía obsesionado con la perfecta, inmaculada, increíblemente almidonada camisa blanca cuyo cuello competía en altura y rectitud con los cuellos anillados de la tribu Padaung.

Sin embargo, The Gibson Girl,   la Chica Gibson, una ilustración de 1890 que por 20 años se transformó en el prototipo femenino imposible, lastimosamente imitado por las mujeres a base de corsetería extrema.  Las Chicas Gibson wannabe[1] convirtieron la delicada camisa blanca de vuelos y encajes, llevada con una falda larga de poco volumen,  en las piezas insignias de la época .  

También tuvo una trágica incidencia en la conmemoración del Día Internacional de la Mujer (8 de marzo) y las victorias obtenidas en materia de derecho y seguridad laboral para ellas. Si bien la selección de la fecha se debe a una serie de protestas que iniciaron el 8 de marzo de 1857, la gota que colmó el vaso fue el incendio de la fábrica de camisas Triangle Shirtwaist, el 23 de marzo de 1911, en Manhattan, donde murieron 146 trabajadoras. Estas no pudieron salvarse porque los dueños de la fábrica habían sellado las puertas de emergencia para evitar robos.

Este “uniforme” de camisa y falda resurge en los 40s con la Segunda Guerra Mundial, pero alejándose de esa idealista silueta femenina y acercándose a la masculina, con una camisa blanca de elementos decorativos mínimos, cuadrada y con hombreras. Esta silueta simplificada tiene mucho que ver con la racionalización de los textiles durante el conflicto bélico. La falda siguió acompañando a la camisa, pero esta vez, se suma una pieza que nunca más desaparecerá del guardarropa femenino: el pantalón.

Los 70s nos presentaba la versión más extravagante de la camisa blanca: satinada para sudar, bailando la fiebre del sábado por la noche en las discotecas de todo el mundo. Por otro lado, los 90s glorificaba la camisa blanca, gracias a un fotógrafo, una película y una marca. Peter Lindbergh y su serie fotográfica “White Shirts” de 1988 con 5 modelos en la playa vistiendo camisas blancas, sin maquillaje ni complicados peinados fuera de un estudio. Literalmente  quebró los esquemas  de la fotografía de moda de aquel momento.

Estas  fotografías quedaron relegadas a un cajón hasta que Anna Wintour llegó a Vogue y las incluye en la edición de enero de 1990. Nacen las supermodelos, pero Julia Roberts usando la camisa blanca de Richard Gere en Pretty Woman  y  las campañas publicitarias de Gap le otorgan el poder de la pieza que combina con todo, en todo momento y para todo el mundo.

Cuando las voluminosas mangas de la época victoriana volvieron a posicionarse en nuestro clóset hace unos años, estas lucen perfectas en camisas blancas y hasta el sol de hoy, parece que ni las mangas están por simplificarse ni las camisas blancas por irse. La verdad es que, ahora que lo pienso, resulta difícil verse mal si se lleva puesta una camisa blanca, sobre todo si esta recién planchada, todavía media calentita y almidonada. Carolina Herrera tiene razón sobre la camisa blanca,  ya sea  en el mundo virtual o real,  cuando la llevas puesta, te hace sentir que puedes con todo.


[1]  Que quiere ser como…

KATIA RÍOS MILLARES

Graduada de Interiores (PUCMM 1991)  y   Diseño de Moda (Chavón 1995), 8 años de experiencia en manufactura textil, merchandising  y  lavados (Grupo M) para marcas como Hugo Boss, Tommy Hilfiger, Nike y Carters.
Entrenamiento textil en The Collage of Textiles NA, EEUUA.  Auditora de calidad  certificada ISO 9000, Consultora Textil para Consejo Nacional de Competitividad  y el Banco Interamericano de Desarrollo.  Gerente de Proyectos para el sector de desarrollo a nivel internacional  (Chemonics, FHI 360s, USAID) por más de cinco años. Egresada de Barna/Escuela de Negocios Programa de Desarrollo Directivo.
Forma parte de la Facultad de Chavón/La Escuela de Diseño, Rep. Dominicana desde 2013 impartiendo Fundamentos del Diseño, Perspectiva Arte y Diseño, Diseño de Moda, Textiles, Vestuario, Historia de la Moda  y Seminario /Estudio.
Escribe sobre Historia de la Moda para una revista dominicana y diseña productos textiles para cortometrajes, editoriales y eventos.